Bittor Garaigordobil |
El próximo 17 de octubre
cumple cien años Bittor Garaygordobil (Abadiano, Bizkaia), uno de los
poquísimos obispos vivos que participaron en el Concilio Vaticano II y un impulsor
de la teología de la liberación latinoamericana.
Ordenado sacerdote en
1943, es destinado a la parroquia de San Pedro de Deusto (Bilbao) de donde pasa
a ser formador del seminario de Vitoria para partir, poco después (1948), a Ecuador
formando parte del primer equipo de ocho misioneros que se encuentra en el
origen de las misiones diocesanas vascas.
L. Proaño |
Una vez ordenado obispo (1964), preside la Diócesis de Babahoyo, participa en el Concilio Vaticano II y, asociado, con otros prelados latinoamericanos (Monseñor Leónidas Proaño, al frente), promueve su aplicación e impulsa lo que poco después será tipificado como teología de la liberación. Son iniciativas que no gustan al gobierno ecuatoriano ni a la administración estadounidense que lo asesora. Como consecuencia de ello se produce la detención de dieciséis obispos (Riobamba, 1976) y la amenaza, en el caso, de Bittor, de expulsión del país, algo que finalmente se logra parar.
En 1982 entiende que ya
no se necesita su servicio y presenta, después de 34 años en Ecuador, la dimisión
a Juan Pablo II. Regresa a Bizkaia y se incorpora al equipo del Santuario de
Urkiola donde reside en la actualidad. A lo largo de estos años “jubilares” ha
sido invitado a intervenir en diferentes foros.
En una de estas
ocasiones (Escuela de Magisterio de la Diócesis de Bilbao, curso 1983-84) tuve
la suerte de escucharle hablar sobre la relación entre economía y seguimiento
de Jesús. Lo hizo llamando la atención sobre la corresponsabilidad de los allí
presentes en el apuntalamiento de un sistema financiero radicalmente injusto y
violento, es decir, recordando, que también éramos corresponsables de la
explotación y del sometimiento —aunque fuera de manera inconsciente y casi
colateral— de los pobres y de la persistencia de su miseria y sufrimiento.
La liberación, sostuvo
ante nuestros atónitos oídos, no es una tarea que concierna única y
exclusivamente a los pobres. Lo es, por supuesto, de ellos. Pero lo es, sobre
todo, de quienes controlan el mundo de la economía y de las finanzas y también
de quienes disponemos, por ejemplo, de unos ahorros y formamos (o aspiramos a
integrar) una satisfecha clase media.
¿A quién de los
presentes, preguntó, le preocupa saber en qué actividades “lucrativas” o
“rentables” están colocados sus ahorros, sean pocos o muchos? Más aún, ¿quién
conoce que los intereses que está cobrando por el dinero depositado en el banco
o en la caja de ahorros es muy probable que tengan enormes dificultades para
ser calificados como limpios porque no han servido para financiar, por ejemplo,
el negocio de las armas o porque no han resultado de explotar a las personas o
de haber maltratado la naturaleza y de otras tantas y tantas barbaridades que —amparadas
en el sacrosanto dogma de la rentabilidad y en nuestra inconsciencia— se
prefieren ignorar?
La teología de la
liberación —vino a decir— no era tanto un problema urgido por la superación de
unas complicadas relaciones con la Congregación para la Doctrina de la Fe o una
acerada crítica a la concepción jerárquica de la Iglesia o el fruto envenenado
de una entrega —tan supuesta
como ingenua—
a la ideología marxista cuanto una propuesta que tocaba
directamente el modo de vida de todos y de cada uno de los allí presentes. ¡Mira
tú por dónde! tenía mucho que ver (¡y de qué manera!) con nuestro bolsillo y
con la manera de administrar los pocos o muchos dineros de que disponíamos
(¡quien los tuviera, por supuesto!).
Bittor no sólo
reivindicaba una inusual manera de hacer teología (porque vinculaba economía y seguimiento
de Jesús a partir de los crucificados de este mundo), sino que, además,
recuperaba la dimensión aguijoneante (profética) que brota de la asociación de
Dios con los parias de todos los tiempos y lugares. Evidentemente, la teología
de la liberación era denuncia del capitalismo salvaje y de cualquier proclividad autoritaria. Pero también una renovada y, a la vez,
tradicional forma de seguir a Jesús que tenía que ver (y mucho) con la
administración de los ahorros y con nuestra búsqueda —interesadamente “ciega”—
de beneficios.
Luego, más tarde, nos
pudimos percatar de que era una consideración en la que se incubaba lo que,
finalizando el siglo, cuajaría (primero en Italia y luego entre nosotros) en la
llamada banca ética.
En el País Vasco (como en
tantos otros lugares del mundo) hay muchas personas que son un ejemplo vivo de
sabiduría, gracias, precisamente, a sus muchos años bien llevados. Bittor es, a
sus cien, una de ellas. Y lo es por su presencia solidaria en algunas de las
mil batallas que han marcado para bien los últimos decenios de la Iglesia y de
nuestro mundo. Y también por su libertad para reconsiderar posicionamientos considerados
frecuentemente intocables y que, una vez, repensados, han sido fuente de una
grata y liberadora novedad.
Admirable.
ResponderEliminarQue podamos decir también "admirado".
Lo segundo no es una cuestión ni de "recepción ideológica" ni de manoseo de palabras. DE GESTOS. Lo que tanto nos gusta del Papa Francisco.
Coincidamos en uno que pueda ser motor de otros: reunámonos con él en el día previsto, 17 próximo. ¡Que nos falten campas para acompañarle!