B. Forcano |
a)
Se podía ver y oír a una parlamentaria de Amaiur en el Congreso de
Diputados:
“En mi coño y en mi moño mando
yo”. (29.09.2014
en ETB2)
b)
El día 28 del pasado mes de julio publicó EL PAIS un artículo de
opinión del Teólogo Benjamín Forcano. Sobre el aborto.
Cuando
tantos políticos y eclesiásticos quieres llevarnos hasta “sus mejores
decisiones”, evitándonos los “previos”, merece la pena acoger potencialmente
como buena y oportuna esta aportación de Forcano. Precisamente en nuestros días, en que las
calles se llenan, movidos por unos y contra otros, de actitudes y lenguajes
verdaderamente aberrantes.
Legislar sobre el aborto
BENJAMÍN FORCANO (teólogo)
El
tema del aborto es un caso concreto de cómo el comportamiento de los
ciudadanos, cuando se refiere a aspectos importantes de la vida, es objeto de
la legislación del Estado, el cual, como velador del Bien Común, trabaja por
evitar toda suerte de arbitrariedad, subjetivismo o dogmatismo. Y, para llegar
a tal efecto, es bueno que surja el debate y se expliciten las posturas con sus
diversos argumentos. Porque en este asunto, aparte razones, hay prejuicios y
apriorismos. La verdad no es de nadie, es decir, no la posee nadie, sino que
ella, como sinónimo de realidad, "nos puede y se nos impone a todos".
La cuestión está en que, cuando de realidad se trata, nos
acercamos a ella, más que para verla, para cubrirla con el manto de lo que
nosotros pensamos de ella.
¿Cuál
es, pues, la verdad real del aborto?
Yo
estoy convencido de que, en este punto, puede haber un acuerdo racional,
científico y ético político, porque la base de que disponemos para entrar en
esa "realidad" es común a todos. Siempre me parecieron certeras las
palabras del insigne teólogo E. Schillebeekx: "En lo que respecta a la
homosexualidad, no existe una ética cristiana. Es un problema humano, que debe
ser resuelto de forma humana. No hay normas específicamente cristianas para
juzgar la homosexualidad". Y lo que dice sobre la homosexualidad puede
aplicarse igualmente al aborto. Se trata de un problema humano, del que no se
ocupa la Biblia y al que hoy podemos acercarnos por la puerta de la ciencia, de
la filosofía y de la ética. Se trata simplemente de saber cuándo, en el
desarrollo evolutivo del embrión, hay una vida humana.
Digo
que la puerta para llegar a la realidad está abierta para todos; también para
los que se profesan creyentes y, en nuestro caso, especialmente creyentes
católicos. La fe, del tipo que sea, no sirve aquí para resolver el problema del
aborto. "No está en el ámbito del Magisterio de la Iglesia el resolver el
problema del momento preciso después del cual nos encontramos frente a un ser
humano en el pleno sentido de la palabra" (Bernhard Häring, autor de la
famosa La ley de Cristo, célebre y acaso el más reconocido
moralista en la Iglesia católica).
No
vale salir aquí diciendo que los católicos poseemos una ética distinta o
superior que nos coloca por encima de la ética común. La Iglesia católica ha
defendido siempre -y es de loar- la vida del prenacido. Pero, antes de llegar a
las valoraciones, hay que señalar el contorno preciso de esa realidad. La
Iglesia católica, en opinión de grandes teólogos como el mencionado, no tendría
respuesta propia para una cuestión cuya solución pertenece a las ciencias
humanas. Los católicos, al tratar del aborto, deben asumir y ratificar como
parte del anuncio evangélico las verdades científicamente avaladas, aun cuando
luego puedan reforzar y potenciar la estima de la vida desde
otras perspectivas o motivaciones. La ciencia y la fe están "una y otra al
servicio de la única verdad" (mensaje del
concilio a los hombres del pensamiento y de la ciencia). Y cuando no
se cumple ese servicio es porque es falsa ciencia o es falsa fe. Ciertamente,
los católicos han defendido -y siguen haciéndolo- con especial énfasis el
derecho a la vida del prenacido, pero el énfasis se ha convertido en exceso al
haberlo hecho "desde el primer instante de la fecundación", lo cual
no deja de ser una teoría discutida y discutible, no un dogma. De hecho,
siempre existieron teorías diferentes (teoría de la animación sucesiva, defendida
por Santo Tomás, y teoría de la animación simultánea, defendida
por San Alberto Magno) sobre el momento de constitución de la vida humana.
El
Concilio Vaticano II, al tratar el tema de la cultura, dirimió una cuestión
secular que arrastraba la conciencia católica: reconoció la autonomía e
inviolabilidad del saber humano, una autonomía que no era reconocida de hecho,
pues se suponía que la Iglesia tenía autoridad para interpretar las verdades
incluso de la ética natural. La lección histórica debiera servir para
distinguir entre lo que es la fe y lo que son los conceptos que la misma
Iglesia -en épocas pasadas, hegemónicamente- utilizaba como vehículo de
conocimiento y explicación. Una cosa es la explicación cultural del momento y
otra la verdad de la realidad revelada. Nadie hoy queda perturbado en su fe
porque la Tierra gire alrededor del Sol (cosa que al científico Galileo no se
le permitía afirmar en nombre de la fe), ni porque no acepte la visión de una
cosmología antigua, o acepte la teoría de la evolución de las especies o niegue
la interpretación literal de la Biblia hasta aceptar el método
histórico-crítico y no haga profesión del juramento antimodernista tal como lo
impuso en 1910 Pío X a todo profesor de seminario.
Otro
aspecto de la cuestión se reduce a fijar los términos del problema: ¿cuándo, en
el desarrollo del embrión, podemos hablar de una vida humana constituida? ¿Cuál
es el estatuto epistemológico del aborto?
Podríamos
resumir las posiciones respecto a esta cuestión en dos: las teorías antiguas que
se apoyan en el hecho de que un embrión lo es por la clave genética de
sus 46 cromosomas, que contendría y caracterizaría toda su posterior evolución,
el desarrollo del embrión sería un proceso continuo, pues estaría en él desde
el comienzo toda la potencialidad de su desarrollo; y las teorías más
modernas que reconocen como factor determinante del embrión los genes,
pero no bastarían ellos para constituir un individuo humano, es decir, una estructura
clausurada, suficiente, que se convertiría en realidad sustantiva. Además de
los genes, se necesitan otros factores extragenéticos -las hormonas maternales,
los externamente operativos- para que la realidad del embrión pueda activarse y
completarse. Sólo a las ocho semanas esa realidad pasaría a ser sujeto humano,
con una sustantividad propia, capaz de regir y asegurar todo el desarrollo
posterior.
Esta
teoría se opone a las que podríamos llamar preformacionistas, precisamente
porque deja a un lado una visión más bien mecanicista u organicista de la
biología. Y es que, como escribe el catedrático Diego Gracia, "en biología
aún no se ha producido la revolución de pensamiento que se produjo a propósito
de la física". No obstante, los enfoques reduccionistas de la genética o
de la embriología han quedado hoy superados por el enfoque de la biología
molecular, la cual integra uno y otro para determinar el momento constitutivo
de la individuación humana.
Desde
este nuevo enfoque, se afirma que el genoma no es substancia al modo
aristotélico, no es sujeto humano. Se habla más bien de una nueva sustantividad
humana al modo de una estructura clausurada, integrada por el genoma y otras
estructuras celulares: "La mentalidad clásica, que sobrevalora el genoma como
esencia del ser vivo, de tal manera que todo lo demás sería mero despliegue de
las virtualidades allí contenidas, es la responsable de que la investigación
biológica se haya concentrado de modo casi obsesivo en la genética, y haya
postergado de modo característico el estudio del desarrollo, es decir, la
embriología. Este estado de cosas no ha venido a resolverlo más que la biología
molecular. La biología molecular ha llevado a su máximo esplendor el desarrollo
de la genética, en forma de genética molecular. Pero, a la vez, ha permitido
comprender que el desarrollo de las moléculas vivas no depende sólo de los
genes" (Ética de los confines de la vida, III, página
106).
El
aserto clásico de que "todo está en los genes" se hizo en detrimento
de los factores morfológicos y espaciales, tan importantes en el desarrollo del
embrión. La biología molecular sostiene que el embrión requiere tiempo y
espacio para la maduración de su sistema neuroendocrino y no se halla
constituido desde el primer momento como realidad sustantiva. Los genes no son
una miniatura de persona. Tanto para el desarrollo como para la ética del
embrión, la información extragenética es tan importante como la información
genética, la cual es también constitutiva de la sustantividad humana y la
constitución de esa sustantividad no se da antes de la organización
(organogénesis) primaria e incluso secundaria del
embrión, es decir, hasta la octava semana.
Quiere
esto decir que, si la individualidad es nota irrenunciable de la sustantividad,
el embrión antes de ésta, su constitución como sustantividad, realiza una
organización constituyente, pero no tiene sustantividad propia, sino que es
parte de la sustantividad de la madre y, por lo tanto, no es sujeto humano.
La
conclusión parece ser que la sustantividad es la única que
permite que el feto -fase posterior al embrión de las ocho semanas- contenga
todas las potencialidades posteriores. Dichas potencialidades sólo pueden
brotar de una realidad constituida. Cito de nuevo al profesor Diego Gracia: "Trabajos
como los de Byme y Alonso Bedate hacen pensar que el cuándo (de la constitución
individual) debe acontecer en torno a la octava semana del desarrollo, es
decir, en el tránsito entre la fase embrionaria y la fetal. En cuyo caso habría
que decir que el embrión no tiene en el rigor de los términos el estatuto
ontológico propio de un ser humano, porque carece de suficiencia constitucional
y de sustantividad, en tanto que el feto sí lo tiene. Entonces sí tendríamos un
individuo humano estricto, y a partir de ese momento las acciones sobre el
medio sí tendrían carácter causal, no antes" (ídem, páginas 130-131).
Lógicamente,
quien siga esta teoría puede sostener razonablemente que la interrupción del
embrión antes de la octava semana no puede ser considerada atentado contra la
vida humana, ni pueden considerarse abortivos aquellos métodos anticonceptivos
que impiden el desarrollo embrionario antes de esa fecha. Esto es lo que, por
lo menos, defienden no pocos científicos de primer orden (Diego Gracia, A. García-Bellido,
Alonso Bedate, J. M. Genis-Gálvez, etcétera).
La
teoría expuesta modifica notablemente otros puntos de vista y establece un
punto de partida común para entendernos, para orientar la conciencia de los
ciudadanos, para fijar el momento del derecho a la vida del prenacido y para
legislar con un mínimo de inteligencia, consenso y obligatoriedad para
todos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Identifícate con tu e-mail para poder moderar los comentarios.
Eskerrik asko.