Departamento de Pastoral Obrera
Comisión Episcopal de Apostolado Seglar
Mensaje para la festividad del 1º de mayo.
San José Obrero.
Si falta el
trabajo, la dignidad humana está herida
Desde sus comienzos
la Doctrina Social de la Iglesia ha fundamentado la dignidad de toda persona en
la condición de hijos e hijas de Dios, y ha proclamado la necesidad de poner en
práctica el principio evangélico que invita a la acción: “os aseguro que lo que
hayáis hecho a uno solo de estos mis hermanos menores, a mí me lo hicisteis”
(Mt 25, 40).
El primero de mayo,
fiesta de San José Obrero y fiesta cristiana del trabajo, supone para los
trabajadores que profesan la fe la ocasión de recordar y agradecer, también,
esas luchas por la dignidad y la justicia de todos aquellos que han hecho de su
vida un compromiso en favor de la dignidad del trabajo humano, que se han
esforzado por reconocer en él la dignidad de los trabajadores y trabajadoras
que lo realizan.
En cada hombre y
mujer que diariamente se esfuerza en realizar su trabajo, con el que contribuye
a realizar la voluntad creadora y salvífica del Padre, contemplamos el sagrado
reflejo de Dios que quiso encarnarse en Jesús de Nazaret para mostrarnos el
verdadero camino de humanización y liberación que nos dirige y acerca hacia el
Reino de la Paz y la Justicia, hacia el Reino de la Vida y del Amor.
Por eso, cualquier
ataque a la dignidad del trabajo humano es, intrínsecamente, un ataque a la
dignidad de los hombres y mujeres que lo realizan, y por ello una negación de
Dios. El desempleo, la precariedad laboral, el subempleo, la economía
sumergida, las condiciones de explotación o de inseguridad e insalubridad
laboral, el trabajo infantil, la discriminación laboral por razones de sexo o
raza, la injusticia de los salarios y otras condiciones laborales, todo ello
son heridas a la dignidad humana que se clavan en las personas de los
trabajadores, y que repercute gravemente en sus condiciones de vida, y en las
de sus familias, deshumanizando su existencia. Cuando la vida social –también
el trabajo- pone en el centro al dinero, y no a la persona, negamos la primacía
del ser humano sobre las cosas, negamos la primacía de Dios (Evangelii Gaudium
55). La manera de concebir hoy el trabajo humano genera pobreza y exclusión y
deshumaniza a los trabajadores.
Como creyentes en el
Dios de la Vida no podemos permanecer impasibles ante ese sufrimiento humano.
Estamos llamados a trabajar por la humanización de nuestro mundo, en caminos de
justicia y solidaridad que construyan el bien común, pues como nos ha recordado
el Papa Francisco, hacer oídos sordos a ese clamor, cuando nosotros somos los
instrumentos de Dios para escuchar al pobre, nos sitúa fuera de la voluntad del
Padre y de su proyecto (Evangelii Gaudium 187). Ya, el hoy santo, Juan Pablo II
nos hizo caer en la cuenta de que en la mayoría de los casos “los pobres
aparecen en muchos casos como resultado de la violación de la dignidad del trabajo
humano: bien sea porque se limitan las posibilidades del trabajo —es decir por
la plaga del desempleo—, bien porque se desprecian el trabajo y los derechos
que fluyen del mismo, especialmente el derecho al justo salario, a la seguridad
de la persona del trabajador y de su familia” (Laborem Exercens 8).
En estas fechas no
podemos dejar de recordar a quienes han perdido la vida o la salud en los
llamados “accidentes laborales”. La siniestralidad laboral es una lacra, muchas
veces fruto de las mismas condiciones de precariedad, de inseguridad, de escasa
formación, de temporalidad en la contratación, y de baja remuneración, que pone
de manifiesto esas heridas a la dignidad del trabajador y del trabajo humano,
pero que sobre todo tiñen de dolor la existencia de tantas familias que se ven
abocadas a la pérdida de sus seres queridos, a la incapacidad de sus miembros
para poder trabajar, y que se ven condenadas a una existencia más sumida en la
pobreza. Precisamente el 28 de abril, unos días antes del primero de mayo, se
celebra el Día Internacional de la Salud y la Seguridad en el Trabajo. Para
nosotros es ocasión de orar por los “obreros muertos en el campo de honor del
trabajo”, como decimos al rezar la oración que marca cotidianamente la
existencia de los militantes de los movimientos apostólicos obreros. Es ocasión
de reforzar la cercanía misericordiosa y compasiva con las familias de las
víctimas de la siniestralidad laboral. Y es ocasión de sentirnos urgidos en
nuestra militancia cristiana a denunciar las condiciones deshumanizadas en que
tantas veces se desenvuelve el trabajo humano, y las consecuencias
catastróficas de muerte, pérdida de salud, y pobreza familiar que entrañan.
Celebrar el primero
de mayo desde la fe en Jesucristo es para la Iglesia motivo de esperanza y
compromiso. Es querer proclamar que “en el trabajo humano el cristiano descubre
una pequeña parte de la cruz de Cristo y la acepta con el mismo espíritu de
redención, con el cual Cristo ha aceptado su cruz por nosotros. En el trabajo,
merced a la luz que penetra dentro de nosotros por la resurrección de Cristo,
encontramos siempre un tenue resplandor de la vida nueva, del nuevo bien, casi
como un anuncio de los nuevos cielos y otra tierra nueva" (Laborem
Exercens 27).
Celebrar el primero
de mayo desde la fe es sentirnos nuevamente comprometidos a trabajar por un
trabajo digno para todo hombre y mujer. El que nos recordaba Benedicto XVI que,
en cualquier sociedad, ha de ser “expresión de la dignidad esencial de todo
hombre o mujer: un trabajo libremente elegido, que asocie efectivamente a los
trabajadores, hombres y mujeres, al desarrollo de su comunidad; un trabajo que,
de este modo, haga que los trabajadores sean respetados, evitando toda
discriminación; un trabajo que permita satisfacer las necesidades de las
familias y escolarizar a los hijos sin que se vean obligados a trabajar; un
trabajo que consienta a los trabajadores organizarse libremente y hacer oír su
voz; un trabajo que deje espacio para reencontrarse adecuadamente con las propias
raíces en el ámbito personal, familiar y espiritual; un trabajo que asegure una
condición digna a los trabajadores que llegan a la jubilación” (Caritas in
Veritate 63).
Este año se celebra
el vigésimo aniversario de la publicación del documento de la Asamblea Plenaria
de la Conferencia Episcopal Española “La Pastoral Obrera de toda la Iglesia”.
Siguen siendo vigentes las interpelaciones que entonces recibíamos del mundo
del trabajo, y el compromiso misericordioso de caminar encarnados en sus
condiciones de vida. Sigue siendo vigente el envío y la misión eclesial de
evangelizar el mundo del trabajo, a ella nos sentimos renovadamente enviados
todos los miembros de la Iglesia, especialmente quienes han hecho de la
Pastoral Obrera por encargo de la Iglesia su ámbito de evangelización. Quiero
agradecer y animar el compromiso de los militantes obreros cristianos en ese
empeño humanizador y evangelizador del mundo del trabajo.
¡Hasta mañana en el
altar!
+ Antonio Ángel
Algora Hernando
Obispo prior de
Ciudad Real
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