J. L. Beltrán de Otalora |
José Luis Beltrán de Otalora
Bilbao
Nota: Por la extensión que ocupa el artículo, aparecerá fragamentado. Se publica hoy el SEGUNDO FRAGMENTO
Dificultades que se nos presentan en esta
etapa
Son muchas las dificultades que se nos presentan para
vivir el sacerdocio.
Bueno, el reto no viene dado al ejercicio del sacerdocio
ministerial. El reto consiste más bien en cómo evangelizar desde esta nueva
situación. Pero sin olvidar lo que siendo adjetivo es real: seguimos siendo
sacerdotes, de segundo grado, como tanto gusta repetir hoy.
Primera dificultad: la “utilización de los
jubilados”
Procede muchas veces de los compañeros más jóvenes y de
la propia autoridad, aprovechando en
no pocas ocasiones las condiciones de
amistad. Quieren utilizarnos, y en exclusiva, para servicios ministeriales:
presidencia de la Eucaristía, Sacramentos y Funerales.
Y la califico de primera no porque sea la mayor, pero sí
en parte la más importante. Y es que accediendo a esas peticiones o encargos
nos convertimos nosotros mismos como colectivo en uno de los motivos que más
retrasan que la Jerarquía aborde de una vez el grave problema que no la falta
de vocaciones sino la propia Jerarquía está creando a las comunidades: impedirles
ejercer su derecho a la Eucaristía. Llega ya a ser una reiterada vulgaridad la
de remitir la ausencia de vocaciones, sobre todo cuando se hace explícitamente,
a la falta de trabajo o vulgaridad del clero, a la desacertada pastoral
vocacional, o qué sé yo qué. Como si ésa fuera la única clave cuasidogmática
para discernir este signo de los tiempos. Nunca he escuchado a la Jerarquía cuestionándose
a sí misma ni a sus planteamientos en este punto.
Segunda dificultad: el ninguneo de los
jubilados
Una segunda dificultad resulta del ninguneo humillante al
que está sometida la persona jubilada.
Es un fenómeno frecuente en la cultura moderna. Y se
traspasa o coincide en el mundo clerical.
Lo normal de cualquier sacerdote jubilado es haber
ejercido responsabilidades alto/medias en diversos campos de la pastoral, y/o
en diversas instituciones diocesanas o civiles.
Finiquitado en esas misiones, el jubilado es
frecuentemente tratado como si automáticamente él hubiera perdido todo recaudo
de sabiduría, toda memoria técnica y aun afectiva en relación a situaciones y
problemas de los que algo supo, juzgó y quizás arregló hasta el día de su
jubilación. “Jesusito –dice un amigo- desde que me dijeron que había perdido la
memoria…”, refiriéndose a la situación de “dejado de lado” en que a veces se
siente. Por poner un segundo ejemplo: personalmente me he quejado en diversas
ocasiones, en público y en privado, de no haber sido nunca citado por mis
superiores no ya para la elaboración de un juicio valorativo, ni siquiera para
la aportación de información o datos cuando se ha reflexionado concretamente
sobre el Seminario Diocesano de Bilbao, en el que ejercí diversas
responsabilidades, tanto en el Mayor como en el Menor.
Al llegar el momento de una revisión, lo normal es que no
seas convocado. Y claro, cuando uno sufre un comportamiento humillante, eso
hiere; y no es lo peor que un día te duela, sino que quedes una temporada dolorido.
Tercera dificultad: el voluntarismo
compulsivo de última hora
El final de la vida (por qué no hablar claramente en
estos términos) enfrenta a muchos, o a algunos, a una tentación particular: “a
ver si aún puedo lograr tanto en la espiritualidad como en el trabajo pastoral
lo que no logré en el largo período
ordinario anterior al de la jubilación”.
Puede aquello de que hay quien gana los partidos en la
prórroga…, algunos en el último segundo…
Ésta es una pésima, si no la peor de las tentaciones
ordinarias: porque surge de un desequilibrio personal, el generado por el
voluntarismo, el arma siempre desacertada, como tantas veces ya la
experimentamos; porque no genera más que más de lo mismo del inútil y ya
condenado activismo; y porque convierte el clima de cada estación en el más
inadecuado para el cultivo fructífero del propio huerto.
Cuarta dificultad: la soledad
¡Tanto hablar del amor y no haber cultivado la ternura!
¡Tanto organizar para pasar del cristianismo sociológico a la “comunidad”, y no
haber llegado a tiempo para vivirse (más que sentirse ideológicamente) miembro
activo, esperado y necesitado en ella y de ella! ¡Tanto haber alabado los
sacramentos del amor y la amistad, y no haber cultivado como Dios manda la
amistad de tantos amigos y amigas por la vida! ¿O es que no fuimos dando besos,
sino mendigándolos? ¿O caricias, sino arrebatándolas? ¿Tantos silencios de
terceros fuimos requiriendo y tan pocas palabras?
La soledad. Que puede ser como no tener sitio en la casa
que edificaste, en el jardín que cultivaste; o la sensación de haber dado,
refiriéndose al grano, mucha paja y poco trigo.
Dos reflejos sumamente dolorosos muestra esta dificultad;
pondré de ellos dos ejemplos, que no es necesario reflexionar: llega un domingo,
y el sacerdote jubilado no sabe “a qué misa ir”; lo decide por el horario, por
la cercanía del templo, por lo especial
de una convocatoria…; no por la comunidad en que se siente miembro vivo. Un
segundo ejemplo: reunidos un grupo de sacerdotes en una residencia, ya se sabe
lo que pasa, el uno por el régimen necesario, o el evento no diario, o el
requerimiento de la enfermera…, desaparece al final del acto común del comedor;
lógico; pero otros, sin esas “urgencias”, en las varias residencias que yo he conocido
dentro y fuera de la diócesis, desaparecen de igual modo o más rápidamente,
prefiriendo la soledad de su habitación a la breve tertulia de los compañeros.
¿Una simplificación? Por eso lo he referido no como dato sino como simple
ejemplo, ¿Parábola?
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Identifícate con tu e-mail para poder moderar los comentarios.
Eskerrik asko.