Roger Scruton en su último libro: “El cristianismo es
el progreso más grande de la historia”
Giulio Meotti
“Los actuales debates sobre la religión tienen su origen, por
un lado, en la confrontación entre cristianismo y ciencia y, por otro, en los
ataques del 11 de septiembre”. “The Soul of the World” (“El alma del mundo”) es el manifiesto contra el neo-ateísmo de Roger Scruton, profesor
en Saint Andrews University, cuna de la realeza británica, presentado por el
“Wall Street Journal” como “el filósofo más famoso de Inglaterra”, fundador de “Salisbury
Review” (la revista más prestigiosa del conservadurismo inglés) y autor de
treinta libros, entre los que se encuentra “The Meaning of Conservatism” (la
biblia de la revolución Thatcher). Publicado por Ediciones Princeton, el libro
de Scruton formula una tesis explosiva y apologética, insólita en las
publicaciones filosóficas contemporánea s:el
cristianismo es superior a cualquier otra religión, porque, por primera vez en
la historia de la humanidad, no se ha fundado en los sacrificios de otros seres
humanos,
sino en el autosacrificio.
sino en el autosacrificio.
Scruton manifiesta haber
sentido la necesidad de analizar el fenómeno religioso, desde los Evangelios hasta
Feuerbach, a partir del hecho de que “nuestra situación actual no tiene precedentes
en la historia del mundo. Las sociedades
occidentales están organizadas por instituciones y leyes laicas, por comportamientos
y costumbres laicas, no habiendo, o casi, referencia alguna a lo transcendente,
ya sea como fundamento de la autoridad temporal, ya sea como instancia última
de apelación en nuestras controversias. Esta situación no es en sí misma nueva:
así lo fue también en el siglo XIX cuando coexistieron una fe ampliamente
sentida por la gente y un respetuoso escepticismo por parte de las elites. Lo
que es, en cambio, nuevo es el difuso repudio de lo sagrado, la expulsión de lo
divino de la vida de la ciudad, del cuerpo, de las emociones y de la mente. Se ridiculizan
relaciones sacramentales como el matrimonio (reestructurado bajo la forma de un
contrato), las costumbres y las ceremonias religiosas ya no tienen su sitio en
la existencia contemporánea y, juntamente con lo sagrado, se desvanecen las
virtudes de la inocencia, del respeto y de la vergüenza”.
La voluntad de
sacrificio está arraigada en la profundidad de cada ser humano, escribe Scruton.
“Pero la gran diferencia está entre las religiones que piden el sacrificio de
sí mismo y las religiones que (como la de los aztecas) exigen el sacrificio de los
demás. Si existe lo que puede ser
llamado progreso en la historia religiosa de la humanidad, esto es algo fundado
en la pretensión moral del cristianismo de desplazar el sacrificio de los otros
por el de sí mismo. El cristianismo ha invertido el sentido y la razón de
ser del sacrificio ya que, a partir de su irrupción en la historia, ha pasado a
ser el sacrificio de sí mismo por los demás y no el sacrificio de los demás en
beneficio de uno mismo. Cuando se valoran las religiones somos muy sensibles a evaluar
si los sacrificios que piden son para beneficio de los demás o de sí mismo,
algo, esto último, que ha irrumpido en nuestra conciencia con particular fuerza
por las acciones de los llamados ‘mártires’ islamistas”
Scruton escribe en su libro
que el islam no es una explicación del mundo, de su creación y de su sentido. “El islam tiene su origen en una necesidad
de sacrificio y obediencia. No hay duda de que los islamistas se han apropiado
de muchas creencias metafísicas, entre las que se encuentra la convicción de que
el mundo ha sido creado por Alá. Pero también creen haber sido llamados a
sacrificarse en nombre de Alá, y que sus vidas habrán adquirido sentido cuando
hayan sido sacrificadas por amor de Alá. El islamismo es, por tanto, un grito
desesperado, dirigido a Dios, para que se revele; es la esperanza de alcanzar
la plenitud, ocasionando un número increíble de muertos”
Scruton recurre a Jean-Jacques
Rousseau para explicar la ideología contemporánea: “Rousseau defendió la
existencia de un Dios que no está en el mundo, porque lo desalojó de él. Sus
huellas terrenas se encuentran, como mucho, en un pasado tan lejano que ahora
son inapreciables e imperceptibles. Esto explica el celo extraordinario con que
los seguidores de Rousseau han re-emprendido su revolución. La suya fue una
guerra santa, una guerra contra la superstición en el nombre de Dios. Pero Dios,
en realidad, no era otra cosa que un nombre. El “Ser supremo” de Robespierre, la divinidad abstracta de Voltaire,
son términos que no sirven para nombrar a Dios, sino el agujero en forma de
Dios que necesita ser llenado con sacrificios humanos”.
Según Scruton, la misma
moderna bioética es una forma de sacrificio humano porque, “ocupada en el
mantenimiento de los vivos a costa de los muertos y de los no nacidos, es una
especie de ‘hybris” en la que sólo cuenta el orgullo desmesurado. Los
científicos están intentando desvelar el secreto de la creación, con la
intención de controlarla y someterla. Este proyecto, saludado por personas
previsoras como la victoria final sobre la enfermedad, el sufrimiento y la
muerte misma, ya fue predicho y rechazado por Aldous Huxley en su novela ‘Brave
New World’” (“Un mundo feliz”).
El mensaje de Huxley, explica
Scruton, es incuestionablemente religioso: “Si los seres humanos lograran
desvelar su propio código genético, predijo, usarían este conocimiento para superar
las limitaciones de la naturaleza. Pero
haciendo esto, se atarían a cadenas hechas por ellos mismos. Las limitaciones
de la naturaleza son las que Dios ha creado. Son llamadas y reconocidas como razón, libertad, moralidad y elección.
Las cadenas humanas predichas
por Huxley presentan una composición muy diferente: están hechas completamente
con la carne y con los placeres de la carne. No existe sufrimiento en el ‘Brave New World’, ningún dolor, duda o
terror. Tampoco hay felicidad. Es un mundo de placeres confiables del que
han sido exiliadas toda esperanza y cualquier alegría. Los habitantes de Huxley
son campeones producidos por los laboratorios, no nacen sino que son
producidos, en conformidad con los requisitos fijados por un gobierno benigno y
racional. No existe el éxito o el fracaso y todos disfrutan del mismo nivel de
satisfacción gracias a un sistema de entretenimiento masivo.
Sólo una cosa podría destruir el equilibrio y esta cosa es
la reproducción sexual, con su imprevisible resultado genético. Para evitar esto, las
autoridades animan a la promiscuidad universal combinándola con la
contracepción universal y con el suministro (esponsorizado por el Estado) de
estupefacientes. Así se mantiene a cada ciudadano en un estado de aquiescente
amabilidad. Es el paraíso de los utilitaristas, donde el placer ha sido
optimizado y el dolor superado. Nosotros, instintivamente, rechazamos esta
nueva forma de vida como monstruosa, inhumana”.
Según Scruton, también “el
aborto en masa ha reintroducido los sacrificios humanos, pero es diferente del
infanticidio con el que Moloch se saciaba de niños”. Es casi peor, dice Scruton:
“Se elige el aborto para evitar que el rostro de la víctima no sea visto por quien
toma la decisión”. La referencia de Scruton es al dios al que se le ofrecían los
primogénitos para ser quemados vivos.
En el libro, Scruton
critica la concepción evolucionística, “que no explica por ejemplo nuestro
horror al incesto”, o que es incapaz de aportar explicaciones plausibles sobre
el origen del lenguaje: “No sabemos cómo ha nacido. Pero sabemos que el lenguaje nos permite entender el mundo como ningún
animal podría entenderlo. El lenguaje nos permite distinguir la verdad y la
mentira, el pasado, el presente y el futuro, lo posible, lo real y lo
necesario, etcétera”.
Y otro tanto con
respecto al altruismo. “En todos los casos, el altruismo en las personas comporta un juicio: lo que es malo para el
otro me impulsa a evitarlo o a atajarlo. Y la existencia de esta clase de pensamiento
es, precisamente, lo que no se explica con la teoría que nos dice que el
altruismo también es una estrategia dominante en el juego de la reproducción.
En las últimas dos décadas
el darvinismo ha invadido el campo de las ciencias humanas de una manera que el
mismo Darwin difícilmente habría podido prever. En las manos de sus
divulgadores, estas ciencias invitan a creer que todas las peculiaridades de la
condición humana tendrían el mismo origen en nuestro ‘make-up genético’ (constitución
o huella genética) y que una ciencia
completa del gen humano permitiría conocer nuestros pensamientos y los ideales
más íntimos. Sin embargo, tiene razón Kant cuando sostiene que un ser racional
tiene motivos para obedecer la ley moral y prescindir del progreso genético”.
¿Qué es lo que nos hace humanos?, se pregunta Scruton. “El
hecho de que solo nosotros nos hacemos preguntas. Todos los animales
tienen intereses, instintos y se reproducen. Pero solo nosotros rechazamos ser
definidos por el mundo en el que vivimos.
En los monasterios, en
las bibliotecas y en las cortes de la Europa medieval, las grandes preguntas eran
permanentemente debatidas. Las personas eran llevadas a la hoguera por sus
preguntas y otras surcaban tierras y mares para castigar a las personas por sus
respuestas. En el Renacimiento y en la Ilustración a las grandes preguntas han
sucedido a la muerte y a la destrucción, como se puede constatar en las guerras
religiosas y en la Revolución francesa. El comunismo y el fascismo se han
incubado en la filosofía, y ambos han llevado al homicidio en masa. Nuestra naturaleza a cuestionar todo parece
tener un coste enorme. ¿Tendríamos que renunciar a hacer preguntas? Creo que
no. Sería como renunciar a ser plenamente humanos”. Esta insaciable sed de
preguntar, indica, tiene un origen religioso.
Efectivamente, según
Scruton, la religión es parte integrante de la estructura de la mente humana. “Es
evidente, al menos para Durkheim, que la religión es un fenómeno social y que
la búsqueda individual de Dios responde a una necesidad profunda de la especie.
¡Ante el espectáculo de las crueldades
perpetradas en nombre de la fe, gritó Voltaire, ‘Ecrasez l’infâme!’ (“destruid
al infame”). Legiones de pensadores ilustrados lo han seguido, declarando que
la religión organizada es la enemiga del género humano, la fuerza que provoca y
autoriza el homicidio. Sin embargo, la religión no es la causa de la violencia,
sino su solución. Otro tanto se puede decir con la obsesión por la sexualidad: la
religión no es su causa, sino el intento de solucionarla”.
También el laicismo, dice Scruton, tiene una naturaleza
religiosa, sustitutiva del cristianismo: “Después de un período caracterizado por el cinismo
y la duda, la segunda oleada de secularización ha dado vida a un extravagante
simulacro de estructura mental religiosa. El nuevo asco que rebrota ante la
herejía y el deseo de ortodoxia hacen pensar que la ideología laica esté
intentando llenar en nuestros días la laguna dejada por la vieja forma de
pertenencia social”. Scruton desmantela los intentos de caracterizar a la
religión como irracional por parte del nuevo ateísmo: “La experiencia de lo
sagrado no es un resto irracional de miedos ancestrales ni una forma de
superstición que un día será arrojada a la calle por medio de la ciencia”.
Scruton sostiene que el
rostro del hombre es el depositario de la condición humana: “El rostro humano presenta
una cierta ambigüedad. Esto es algo que se puede ver de dos maneras: como
mediación de la subjetividad que le habita o como una parte del cuerpo humano.
La tensión se evidencia en el gesto del comer, como han sustentado León Kass y
Raymond Tallis. A diferencia de los
animales, no somos empujados por nuestras bocas hacia la comida. Llevamos la
comida a la boca, manteniendo la postura erguida, lo que nos permite dialogar
con nuestros vecinos”. Existe también la sonrisa. “Los animales no sonríen,
en el mejor de los casos hacen una mueca. Ningún otro animal ríe”.
Solo el hombre siente
vergüenza del propio cuerpo. “Hay una intuición importante en el libro del
Génesis sobre el lugar de la vergüenza en nuestra comprensión del sexo. Adán y
Eva han comido el fruto prohibido, y, al hacerlo, han alcanzado el
‘conocimiento del bien y el mal’. En otras palabras, la capacidad de inventar
por sí mismos el código que gobierna su comportamiento. Se esconden,
conscientes, primera vez, de sus cuerpos como objetos de vergüenza. Esta ‘vergüenza del cuerpo’ es una
sensación extraordinaria que sólo un animal consciente podría tener”.
Finalmente, Scruton
recupera los conceptos ya expuestos en su autobiografía cultural, “Gentle
Regrets” (“Excusas apacibles”): “¿qué es lo que exactamente perdemos los europeos
si la religión cristiana se aleja de nosotros? La inmensa mayoría del género
humano no está capacitada para vivir privada de religión, sin perderse en el
terrible nihilismo que ha barrido dos veces nuestro continente. El ateísmo ha encontrado su prueba
definitiva en Stalingrado, el lugar en el que dos filosofías ateas lucharon
entre sí con la intención de destruirse. Allí no hubo piedad y todo lo que era
humano fue borrado de la faz de la tierra. Su único resultado final fue el
nihilismo”.
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