Bizkaiko Abadeen Foroak bat egiten dau Gipuzkoako abade honeek idatzi daben idaztiaz.
El Foro de Curas de Bizkaia se adhiere a la carta escrita por estos curas guipuzcoanos
* Sacerdotes diocesanos de Gipuzkoa, Por Patxi Aizpitarte, FÉlix Azurmendi, Jesús Mari Arrieta, José Ignacio Eguskiza, Jon Etxezarreta y José Ramón Treviño -
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Los medios de
comunicación se hacían eco estos días del discurso inaugural pronunciado por
usted el pasado lunes, 18 de noviembre, como presidente de la Conferencia Episcopal
Española (CEE), en su CII Asamblea Plenaria. Tomando como marco y punto de
referencia el Año de la Fe
(a punto de ser clausurado) y el Plan Pastoral ligado a él, vuelve a insistir
recurrentemente sobre una serie de temas problemáticos y delicados, tomando una
postura claramente partidista sobre ellos. Nos referimos, sobre todo, al tema
de la unidad del Estado español y, con él, al asunto de las víctimas del
terrorismo y del conflicto violento que hemos vivido, y la beatificación, el
pasado 13 de octubre en Tarragona, de 522 mártires de la Guerra de 1936.
Es sabido que usted
se encuentra en la recta final de su mandato como presidente de la CEE y a pocos pasos de su
jubilación episcopal. Por eso, su discurso toma un relieve especial. Ha sido
percibido como un toque de atención y una llamada a cerrar filas ahora y en el
futuro en torno a estas cuestiones, que juzga como preocupantes. No le negamos
el derecho a hacerlo, pero reivindicamos al mismo tiempo el derecho a discrepar
honestamente de sus ideas y a expresar públicamente las nuestras; ya que los
criterios morales, de justicia y pastorales que usted esgrime no tienen
categoría doctrinal ni están refrendados por el magisterio último de la Iglesia. Aunque
Ud. los califique de criterios "prepolíticos", a nuestro entender son
más bien abiertamente políticos y partidistas, muestran una precomprensión
ideológica definida y producen un malestar manifiesto en no pocos ciudadanos y
creyentes.
A la hora de abordar
el momento actual de nuestra sociedad y sus implicaciones humanas y morales,
usted se muestra hondamente preocupado ante la posible ruptura de "la
unidad fraterna entre todos los ciudadanos de las distintas comunidades y
territorios de España, con muchos siglos de historia común". Y señala que
"la unidad de la nación española es una parte principal del bien común de
nuestra sociedad que ha de ser tratada con responsabilidad moral";
perteneciendo necesariamente a esta responsabilidad "el respeto de las
normas básicas de la convivencia -como es la Constitución
española- por parte de quienes llevan adelante la acción política".
Lo que es
verdaderamente preocupante es la cerrazón ideológica que usted muestra,
alineándose y bendiciendo los postulados más radicales del nacionalismo
español, defendiendo la unidad de España como parte principal del bien común de
nuestra sociedad y consagrando la Constitución española como norma intocable de
convivencia que todos debemos aceptar y acatar.
Señor Rouco, usted
sabe bien que ni la unidad de España ni la Constitución española
del año 1978 son dogmas políticos y menos eclesiales, sino cuestiones abiertas
que en el futuro pueden adquirir formas bien diversas. Por favor, no nos haga
usted comulgar con ruedas de molino. Nuestra posición al respecto es la que
fijaron los obispos de la
Comunidad Autónoma del País Vasco en su Carta Pastoral
Preparar la Paz
(29-V-2002): "Mientras los modelos políticos respeten los derechos humanos
y se implanten y mantengan dentro de cauces pacíficos y democráticos, la Iglesia no puede ni
sancionarlos como exigencia de la ética ni excluirlos en nombre de ésta. En
consecuencia, ni la aspiración soberanista, ni la adhesión a un mayor o menor
autogobierno, ni la preferencia por una integración más o menos estrecha con el
Estado español son, en principio, para la Iglesia dogmas políticos que requieran un
asentimiento incondicionado" (n. 6).
Entre las ciudadanas
y ciudadanos del País Vasco y Cataluña coexisten sentimientos de pertenencia o
identidades nacionales total o parcialmente contrapuestas y, a veces, hasta
conflictivas, y usted no puede pretender solucionar el problema rechazando,
condenando o borrando de un plumazo aquellas opciones que no coinciden con sus
criterios ideológicos. No es usted quien detenta, ni mucho menos, el monopolio
hermenéutico sobre la
Doctrina Social o Moral de la Iglesia. En el Pueblo
de Dios y en nuestra Iglesia concreta hay diferentes sensibilidades,
concepciones y criterios a la hora de interpretarla y no necesitamos ni su tutela
ni su intervencionismo para traducirla a nuestra realidad eclesial y social.
Nuestra sociedad se caracteriza, entre otras cosas, por disponer de una cultura
política sensiblemente superior a otras latitudes del Estado, el pluralismo
ideológico forma parte de nuestra realidad política y como creyentes hemos
hecho un verdadero esfuerzo para ser cristianos adultos y responsables. No nos
dicte usted, pues, nuestro posicionamiento sobre cuestiones que dependen de
nuestra propia conciencia, elaboración y decisión personal.
En su discurso
mostraba también preocupación ante "las heridas causadas por el terrorismo
a tantas víctimas y a la sociedad entera", proponiendo una sanación de
tales heridas a través "del arrepentimiento, del propósito de la enmienda
y de la satisfacción de las victimas". Aunque usted no hable de
pacificación, normalización y reconciliación, todos sabemos que después de un
conflicto violento y destructivo de varias décadas, con actuaciones de tipo
terrorista por medio, la reconciliación se hace un objetivo inexcusable. Si
esta no contara con las víctimas, no las reconociera ni tratara de reparar en
lo posible las pérdidas que han sufrido, sería deficitaria e inhumana. No
tendría mucho recorrido humano y social. No habrá, en efecto, verdadera
reconciliación sin un tratamiento sereno, razonable e inclusivo del sufrimiento
de todas las víctimas.
Usted maneja, en
cambio, un criterio selectivo, parcial y exclusivo de las víctimas. Se refiere
solamente a las víctimas causadas por los atentados terroristas de ETA, pero
están también ahí las victimas originadas por la actuación represiva de las
fuerzas de seguridad o de la guerra sucia de grupos como el GAL. Ud reduce la
denominación de "víctimas" a una parte, realmente importante y mayoritaria
si se quiere, pero una parte solamente del conjunto de todas ellas. Incluir no
equivale a equiparar, pero diferenciar tampoco puede llevarnos a excluir. En
una visión inclusiva, tendríamos que considerar como "victimas" a
todas aquellas personas que han tenido la experiencia personal o familiar de un
sufrimiento injusto, hondo, grave e incluso irreversible provocado por la
confrontación violenta padecida a lo largo de estas décadas. Un sufrimiento que
va más allá del signo u origen de esta violencia. Esto obliga a abordar el tema
de las víctimas teniendo presente en su totalidad, el amplio y variado
"mapa del sufrimiento" injusto originado por el conflicto violento y
terrorista vivido.
Con los mártires le
pasa lo mismo que con las víctimas: reduce la categoría y compleja realidad de
los mártires de la guerra pasada a los testigos de la fe que fueron
sacrificados en el llamado "bando nacional". Pero también en el bando
republicano, nacionalista o socialista fueron asesinados innumerables personas
de buena fe y creyentes cabales. En nuestra tierra tenemos testimonios
admirables de un buen número de sacerdotes, laicos y religiosos sacrificados.
¿Por qué beatificar a unos e ignorar a otros?
Beatificaciones
masivas como la última de Tarragona llevan a potenciar una memoria eclesial
colectiva de corte parcial y selectivo, suponen un agravio hacia las víctimas y
los mártires relegados al olvido y refuerzan la convicción del apoyo ofrecido
por buena parte de la jerarquía episcopal y el nacional catolicismo español al
franquismo durante la guerra y tras la contienda.
Señor Rouco, creemos
que su intervención no ha sido acertada y en nada contribuye a restañar heridas
y a asentar la convivencia socio-eclesial. Ha sido, más bien, una oportunidad
perdida para ayudarnos a ser, como creyentes y según las palabras del Papa
Francisco, "fermento de esperanza y artífices de hermandad y
solidaridad" en nuestra sociedad.
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