Loup Besmond de
Senneville
La
Croix,
agosto 2013
Para el padre João
Batista Libanio, escritor y profesor de teología en la facultad jesuita de Belo
Horizonte (Brasil), autor de una cuarentena de libros, la iglesia brasileña
debe aprovechar la oportunidad de las Jornadas Mundiales de la Juventud (JMJ) para
renovar su pastoral.
Las Jornadas Mundiales de la Juventud quedarán oficialmente
abiertas mañana por el arzobispo de Río, monseñor Orani Tempesta. ¿Cuáles son los
retos de este acontecimiento?
João Batista Libanio: La
Iglesia brasileña tendría que aprovechar este acontecimiento
para renovar su pastoral con los jóvenes. A pesar de la opción por los jóvenes,
aprobada en la Conferencia
de Puebla, ésta no acaba de funcionar muy bien. En mi parroquia, por ejemplo,
la gran mayoría de ellos se compromete con algunas actividades, como la coral,
pero tienen dificultades para ir un poco más lejos. Prefieren las acciones
puntuales, tienen dificultades para asumir compromisos de larga duración. La
cultura posmoderna hace muy atractivo todo lo que sea lúdico. Los que realmente
se movilizan pertenecen, en la gran mayoría de las ocasiones, a movimientos de
iglesia tales como los Focolares, el Camino Neocatecumenal, Comunión y
Liberación o, incluso, los Heraldos del Evangelio (escisión de la organización
Tradición, Familia y Propiedad). Las JMJ tendrían que alentar a los jóvenes a comprometerse
con seriedad y de forma estable en la vida de la iglesia.
Pero, además, este
acontecimiento es también un reto para el conjunto de los jóvenes brasileños.
Las manifestaciones a las que estamos asistiendo desde principios de junio evidencian
que sus expectativas son inmensas. Esta especie de Mayo del 68 brasileño ¿va a
tener alguna influencia en la visita del Papa? ¿Cómo reaccionarán los jóvenes
ante Francisco? El tenor político de estas manifestaciones ¿va a cambiar con la
visita del Papa?
El gran avance de los evangélicos ¿hace peligrar el futuro
de la iglesia católica en Brasil?
J. B. L.: Según creo, dos son los factores del exilio de los
católicos hacia las iglesias evangélicas. El primero de ellos tiene que ver con
la naturaleza misma de los ministerios ordenados en la iglesia. Los neo-pentecostalistas
cuentan con una cantidad increíble de pastores, a los que forman muy
rápidamente y en abundancia. Así pueden asegurar su presencia sobre el terreno,
mientras que los sacerdotes católicos son demasiado pocos para hacer lo mismo.
En segundo lugar, los
evangélicos dan respuestas inmediatas a los problemas de la vida diaria, bendiciendo
y prometiendo curaciones y milagros. En el mundo católico, los carismáticos presentan
un perfil parecido, pero están escasamente presentes entre las capas populares.
Las JMJ ¿pueden poner fin a la fractura ideológica entre “progresistas”
y “conservadores” en la iglesia brasileña?
J. B. L.: No me parece pertinente hablar de semejante fractura en la
actualidad. Desde hace mucho tiempo, la iglesia está implicada en la
defensa de los derechos humanos. Lo que aquí se cuestiona no es la teología de
la liberación, sino una teología pastoral aceptada por todos. El Papa podría
insistir en la importancia de esta pastoral social de la iglesia, y quizás también
en la relevancia de las comunidades eclesiales de base. Ya no son tan florecientes
como antes, pero siguen existiendo: hay programado un encuentro nacional para
el 2014 en Crato, en el nordeste del país.
¿Qué consecuencias puede tener para Brasil la presencia del
papa Francisco?
J. B. L.: Es probable que el papa Francisco quiera llamar la
atención sobre la situación del pueblo y de los más pobres. Eso sería una ayuda
considerable para alentar la pastoral popular. En lo que concierne a los
jóvenes, el impacto inmediato será fuerte pero sus efectos podrían disiparse
muy rápidamente. Si se quiere que la visita de Francisco produzca resultados
duraderos, hace falta emprender un trabajo permanente y constante con la
juventud, algo que no sucede en la actualidad.
Sin duda, el Papa
llamará a los jóvenes a que se impliquen más en la vida de la iglesia. Pero la rigidez
de nuestras estructuras eclesiales, demasiado centralizadas, amenazan la
vitalidad que pueda activarse estos días. Si no tenemos cuidado, las JMJ corren
el riesgo de limitarse a ser –al menos, en Brasil- un acontecimiento
maravilloso, pero superficial.
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