domingo, 9 de junio de 2013

¿Una generación clerical perdida? (con María J. Arana)


De María J. Arana no voy a decir nada, pues es bien conocida en los ambientes de teología y de vida cristiana del Euskadi y España. Ha sido teóloga y profesora, ha sido “párroco” en un pueblo de Arratia, es escritora, Religiosa del Sagrado Corazón.
Es una mujer bondadosa y moderada, muy cristiana. Quien quiera podrá ver en Google sus escritos, que aquí no voy a recordar. Pero he abierto esta mañana su face-book (https://www.facebook.com/mjose.arana ) y he encontrado un trabajo que quiero transmitiros, pues me ha hecho recordar algunas cosas.
Recoge el argumento de una famosa novela de una india de Alaska, Velma Wallis, tituladaDos Hermanas (versión cast. Ediciones B, Barcelona 2009; cf.http://verdadmujeresarte.blogspot.com.es/2010/08/las-dos-ancianas-velma-wallis.html). El tema es mucho más complejo y rico de lo que aquí puedo indicaros, y además M. J. Arana se ha encargado de aclararlo, desde su sabia perspectiva (como verá quien siga leyendo).
Pero hay una cosa que me impactó en el libro de V. Wallis, y que ha vuelto a impactarme al leer el trabajo de M. J. Arana. No, no está en lo que dice Wallis, ni en lo que dice Arana, pero puede aplicarse de algún modo y yo lo aplico a la «generación clerical perdida».
¿Una generación clerical perdida?
Mi juicio es voluntariamente simplista y, sin duda, demasiado subjetivo. Hay muchísimas excepciones, hay matices, hay otras perspectivas... Pero es evidente que se ha dado un cambio inmenso en tres generaciones clericales de los últimos sesenta años. Quizá nunca se han dado en menos años más cambios:
a) Primera generación. Años sesenta y setenta del siglo XX.
Ha existido una antigua generación clerical antigua muy buena, vinculada a los tiempos del Vaticano II, con el paso a la democracia política y la aplicación del Vaticano II. Fuer una generación con una gran reserva de humanidad y cristianismo, con gran capacidad para la vida y el diálogo, dispuesta a cambiar y crear por el Evangelio.
Fue gente que supo rezar y vivir, ayudando a vivir a los demás, en línea de evangelio. Quedan muchos de ellos, son los abuelos de nuestra Iglesia, curas y religiosos (y religiosas) mayores de inmensa humanidad, ejemplo de una primera adaptación y actualización evangélica que ha quedado luego en parte truncada.
b) Segunda generación. Años ochenta/noventa del siglo XX.
Pero vino después y ha tomado el "poder" (si así puede decirse) una nueva generación sin madurar lo suficiente, como los jefes de la tribu de las dos ancianas (a las que dejan morir en el frío, su frío), como verá quien lean la historia que sigue, la novela de Willis.Ha sido una generación a contrapelo, que ha querido quizá volver a lo antiguo, con miedo real al Concilio Vaticano II y a los cambios reales de la sociedad (y del conocimiento del evangelio).
Alguien afirmaría que los "dirigentes" de esa generación no se han dado cuenta del gran cambio de los tiempos, no han sabido o querido seguir aplicando el Vaticano II, quedándose desnudos y alegres ante el evangelio. No diré que ha sido una generación perdida(a pesar de título del post), pero no anda lejos de serlo, a no ser que rectifique mucho, si aún es tiempo para ellos... (Es en la novela la generación de los echan a las dos ancianas)
-- Es una generación dominada por el miedo, y da la impresión de que se queda en la corteza, sin llegar a la raíz del evangelio. Quiere el poder de la Iglesia, un tipo de seguridad sacral y clerical, le asusta el misterio profundo de la vida… Por eso expulsa en la novela a las dos ancianas...
-- Es una generación que tendría que volver a las raíces del evangelio, que son la experiencia de Jesús, la vida a ras de pueblo, el respeto hacia todos, el diálogo profundo, con la gente, con la realidad real, en respeto, sin querer imponer nada por ningún tipo de fuerza.
No, no quiero juzgar a esa generación (que es la mía). Le han tocado problemas muy grandes, quizá no ha sabido responder... Han cambiado los tiempos, estaba preparada para unas cosas, pero han sucedido otras. Por sí misma parece una generación perdida (como la de aquellos que echan a las ancianas de la novela).
c) Tercera generación, la vuelta de las ancianas.
Y aquí se aplica la parábola de las dos ancianas, tal como la ha recogido M. J. Arana. La novela tiene un fin feliz, vuelven los perdidos (los expulsadores) y encuantran a las ancianas que han aprendido a sobrevivir y a superar lo retos de la vida de otra manera.
Esta sería la lección de la novelas: Las dos ancianas de la novela enseñan a vivir a los que las habían expulsado. ¿Quién enseñará de verdad la generación clerical "perdida"?
No es fácil responder, pero la generación de "las dos ancianas" expulsadas tiene mucho que decir y que aportar, para que culmine la buena transición y para que la Iglesia sea hogar de evangelio para las nuevas generaciones.
Esa generación de los abuelos tendrá que enseñar seguir enseñando a una nueva generación que corre el riesgo de quedar perdida en la cáscara externa... entre sus afanes y miedo. En la novela son las ancianas, condenadas a muerte (expulsadas de la tribu), las que enseñen por primera vez a la nueva generación perdida el secreto profundo de la vida. Ésta es la lección de los abuelos.
Esto es lo que me quedó del libro de V. Wallis, estoy me ha quedado de la reflexión de M. J. Arana. No estoy seguro de que ella haya querido decir eso, ella que es buena. Pero pueden ir por ahí los tiros. Necesitamos a los abuelos… Y con esto el que quiera seguir pase al texto de M. José o vaya a su face-book directamente.
¿DÓNDE ESTÁ EL QUE SUPO SACAR SU FUERZA
DE UNA GRAN POBREZA? (R. M. Rilke)
María José Arana rscj
(Este articulo lo publiqué para el día del Gesto Diocesano de Vizcaya)
El lema del “gesto Diocesano” de este año es tan precioso como verdadero: “Nos sostienen, ¡reconócelo!”… . Sí, la ancianidad es una etapa de debilidad, en la que nuestras fragilidades van haciéndose sensibles de forma muy clara…, esto es verdad, pero también es cierto que si aprendemos a mirar la vida en su profundidad, en la vejez se van evidenciando unos valores incalculables…, la ancianidad puede ser un momento en el que se aporten experiencias más profundas, capacidades escondidas, vitalidades insospechadas… y una honda sabiduría que las generaciones nuevas pueden y deben acoger si no quieren asfixiarse…
Leí una historia que me entusiasmó y hoy nos puede ayudar mucho. Se trata de una leyenda esquimal novelada encantadoramente por Vilma Wallis. Voy a tratar de resumirla muy esquemáticamente, consciente de lo que se pierde.
Dos mujeres, ya muy ancianas, estaban suponiendo una carga excesiva para uno de esos grupos nómadas, por lo que decidieron abandonarlas en los hielos polares. Era algo que algunas veces, las tribus heladas y hambrunas realizaban con personas que ya estaban al límite de sus fuerzas. Esto quería decir condenarlas a una muerte irremediable.
Las dos mujeres allí quedaron, con sus pertenencias, llenas de aturdimiento y espanto. Pero superando el estupor y la angustia decidieron que para ellas no había llegado todavía el momento final y que si tenían que morir, lo harían luchando.
La novela va narrando todos los esfuerzos que las mujeres llegaron a realizar para moverse del lugar. Poco a poco, con gran habilidad consiguieron recoger caza en sus lazos y trampas; en verano, pescaron. Trabajaron duro, vencieron obstáculos casi imposibles. Fueron aguzando el instinto y la inteligencia para conseguir lo necesario para subsistir. Incluso tuvieron tiempos para charlar, compartir de sí mismas, animarse mutuamente, escucharse. Confeccionaron manoplas, bolsas, pasamontañas… Su choza llegó a ser casi confortable y las provisiones de caza y pescado superaban sus necesidades pero las guardaban con cuidado-
Al cabo de un largo año, la tribu volvió y acabó encontrando a las ancianas. El grupo estaba más depauperado y desanimado que nunca. Las mujeres se mostraron fuertes y dignas. Fueron capaces de hacerles ver la injusticia cometida, exigieron unas condiciones. El perdón no fue fácil ni para unos ni para otras, pero se realizó. Fueron capaces de transmitir lo que llevaban dentro: esa especie de fuerza interior que les había mantenido. El grupo les admiró y cada día crecía esta admiración y respeto, también rebrotó el cariño de forma nueva. Ellas compartieron lo que tenían y salvaron al grupo del hambre, de la inanición y sobre todo del desánimo…
Esta leyenda se fue transmitiendo de generación en generación. ¡Con razón una de ellas había dicho: “Nuestro recuerdo perdurará en sus memorias y les infundirá valor en los momentos difíciles”!.
¡Qué enseñanzas tan profundas y sencilla tiene la sabiduría popular!.
Ciertamente, nuestra fuerza reside en nuestro interior y muchas de nuestras capacidades, también. Dentro de cada uno/a late un increíble potencial de grandeza. Pero lo desconocemos, es más, no siempre le damos la oportunidad de crecer y permanece encerrado. No debemos poner límites a nuestras posibilidades individuales, pero tampoco a las grupales, a las comunitarias.
Si cada una de aquellas dos mujeres se hubiera quedado aislada en su propio dolor, desconcierto, impotencia y amargura –que todo eso tenían- no hubieran salido a flote y se habrían hundido en su propia indigencia. Fueron capaces de salir de sí mismas, encontrarse con la otra. Juntas realizaron el milagro de lo imposible: recuperaron la fuerza interior de los otros porque la tenían dentro de sí mismas y esto salvó a todo el pueblo.
Quizás estas pequeñas historias puedan ayudarnos a creer en el futuro, a creer y crecer en la energía que brota de nuestro interior, de nuestro propio corazón, a desarrollar la grandeza de lo pequeño y a saber que la solidaridad obra milagros. ¡Ellas sostuvieron a la tribu debilitada!, y es que como dice el lema de este año: “ellos nos sostienen!!!... Este es el tesoro que podemos y debemos recibir de nuestros mayores ¿Sabremos acogerlo, agradecerlo y comunicarlo?

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