Monseñor Uriarte se moja en un último servicio por la pacificación con el informe sobre vulneración de derechos humanos en Euskadi
La presencia de Juan María Uriarte en el equipo que ha elaborado el informe-base sobre vulneración de derechos humanos en el País Vasco ha sido todo un golpe de efecto del Gobierno de Urkullu, y del secretario de Paz y Convivencia, Jonan Fernández, este último muy amigo del obispo emérito de San Sebastián desde los tiempos de Elkarri y Baketik, a la sombra del santuario de Arantzazu. El hecho de que un miembro muy cualificado de la Iglesia –aunque oficialmente retirado y, por lo tanto, sin mando en diócesis– ponga su sello, su 'imprimatur', en el dossier, le confiere una bendición muy simbólica en una Euskadi cada vez más secularizada, pero donde la religión todavía forma parte de su imaginario identitario.
Ramón Múgica, profesor de Derecho en la Universidad de Deusto y exconcejal del PP en el Ayuntamiento de Bilbao, –integrante del 'equipo de los cuatro'– también es un hombre de Iglesia, de fuertes convicciones religiosas. De hecho, ha sido el pregonero de la última edición de la Semana Santa de Bilbao, en un acto organizado por la Hermandad de Cofradias Penitenciales, y también pronunció el pregón en la Semana Santa de Santo Domingo de la Calzada. Sus creencias, sin embargo, no le han impedido actuar con libertad y pluralidad en los trabajos que se le han encomendado. Cuando dejó su cargo de concejal recibió un regalo de todos sus compañeros de Corporación a los que se había ganado por su buena pasta. De talante abierto y muy riguroso en su trabajo, ha compartido actividades con Jonan Fernández en los últimos años.
En efecto, Uriarte siempre ha desempeñado una importante labor en la promoción de una cultura de derechos humanos y ha destacado por su determinación absoluta por decir la verdad, pese a que esa postura le ha creado incomodidad y enemigos. En la presentación del informe junto al lehendakari, Uriarte hizo referencia a la verdad sin apaños. «La verdad entera tiene aristas que la hacen dificilmente digerible», enfatizó, tras señalar que el informe se ha realizado desde una «exquisita sensibilidad» y «evitando toda equiparación» entre unos y otros sufrimientos.
A muchos, la actitud de monseñor Uriarte les ha parecido valiente y cristiana. A otros, no tanto. Los portales que abordan de manera monográfica los asuntos de Iglesia y religión han vuelto a fijarse en el prelado vizcaíno. En algún caso, como en Religión Digital, para ponerle como sujeto y protagonista antes del verbo avalar. En otros, para descalificarle: «El obispo Uriarte debe aburrirse y se dedica a contar muertos» (Intereconomía), «Monseñor Uriarte aparece con el lehendakari vasco para acusar a la policía de matar a 94 personas» (Infocatólica). Incluso se ha afeado a la jerarquía andaluza por permitir que Uriarte imparta cursillos a los sacerdotes, por ejemplo en Sevilla, pese a que es requerido con frecuencia para esa labor de ejercicios espirituales dada su buena consideración entre el clero.
Uriarte ha sido una figura discutida, sin duda. Ha representado una línea de la Iglesia vasca –hoy parece que está en otra tesitura–, en la que algunos sectores no se han visto representados. Su discurso no ha tenido las aristas de monseñor Setién y siempre ha sido mucho más matizado. En cualquier caso, tiene la autoridad moral necesaria para intervenir en estos asuntos. Obispo dimisionario cuenta con más libertad de movimientos para no comprometer a la Iglesia oficial, aunque su densidad institucional es todavía muy fuerte. Y encaja muy bien en el estilo de Urkullu, creyente y militante del espíritu y el coraje éticos en la acción política. Es cierto que la imagen de un obispo detrás de un lehendakari es comprometida. Parece una apuesta personal fuerte del prelado en la causa de la pacificación y la reconciliación, en la que actúa por imperativo moral. La Iglesia se juega los cuartos en este asunto y Uriarte considera que de esta cuestión no puede jubilarse. Lo hace a través de una plataforma plural.
Hilar con finura ética
Uriarte fue el primer obispo en participar en una manifestación contra ETA. Lo hizo en 1982 cuando la banda asesinó a José María Ryan, ingeniero de la central nuclear de Lemoniz. Fue una decisión muy meditada en el Consejo Episcopal de la diócesis de Bizkaia, que decidió elevar el nivel de representación en la marcha, lo que supuso un paso importante en los gestos públicos de la Iglesia. También asistió a la manifestación ‘Paz ahora y para siempre’ convocada, en 1989, por el Pacto de Ajuria Enea. Humanidad, inteligencia y capacidad son tres elementos que han definido su personalidad,y que han generado una actividad incansable por la paz, ahora con este penúltimo servicio, justo cuando acaba de cumplir –el pasado 7 de junio– ochenta años.
Uriarte cuida mucho el lenguaje, revisa una y otra vez sus notas, y sufre con los periodistas, porque teme que no recojan con exactitud sus palabras y le metan en líos. Siempre ha dejado claro que a a él solo le corresponde hablar de los criterios morales básicos que han de inspirar las decisiones que se tomen en los distintos ámbitos, ya sean jurídicos o políticos. Ha denunciado la violación de los derechos humanos de todas las personas, ha rechazado una paz de vencedores y vencidos, y ha defendido a todas las víctimas, de uno y otro lado. Reivindica una memoria crítica del pasado y reclama desvelar todos los hechos lamentables. «No solo los que son lamentables para nosotros, sino también los que lo son para ‘los otros’». Un relato riguroso que esté abierto «a la memoria de todos».
Mi compañero César Coca le peguntaba recientemente si se puede sumar y meter en la misma cuenta a víctimas de ETA y los GAL, a muertos en accidentes cuando iban a la cárcel a ver a familiares y a presos fallecidos por enfermedad. Antes había dejado claro que no es moralmente lo mismo el asesinato premeditado del cocinero del cuartel de San Sebastián muerto por una bomba lapa que la muerte trágica de quien prepara una bomba destinada a asesinar. «En el primer caso hay una gravísima violación de los derechos humanos de una persona y de su familia; no así en el segundo». La respuesta de monseñor Uriarte a Coca fue la siguiente: «Todos los familiares que han perdido a un ser querido en esta absurda y cruda confrontación son sufrientes que necesitan compañía para ir curando sus heridas. Pero otra cosa es que todas sean víctimas. La distinción moral anterior no significa que los llamados excesos policiales y grupos como los GAL, el Batallón Vasco-Español y otros no hayan generado numerosas víctimas. Po eso es preciso hilar con finura ética al calificar como víctima a una persona y a su entorno».
Otegi, el 'nuevo Onaindia' y Uriarte
En una entrevista que ha concedido a la agencia Efe, Cid deja claro que el requisito previo para que pueda culminar ese proceso es que los verdugos pidan perdón y se desvinculen totalmente de la violencia, aunque el Estado tiene también que adoptar medidas generosas, como también las víctimas si personalmente quieren.
Para ello, explica Cid, «es necesario abrir un diálogo y una negociación que cierren el conflicto», como se hizo en Irlanda, Sudáfrica y, actualmente, en Colombia. Aunque el autor dice que no hay que ir tan lejos y recuerda que «en España ETA político militar desapareció tras un proceso de negociación entre el entonces ministro del Interior Juan José Rosón, el que fuera miembro de la banda Mario Onaindia y, como mediador, Jose María Bandrés». «En algún momento tiene que aparecer el Onaindia actual –dice comparando con la negociación que llevó a la disolución de ETA(pm)– que represente a los presos», un papel en el que, según Cid, encajaría el exdirigente de Batasuna Arnaldo Otegi, mientras que por el Gobierno el interlocutor tendría que ser el ministro del Interior y como mediador ve a monseñor Juan María Uriarte.
Cid insta al Gobierno a «flexibilizar» su postura, a tratar a los presos etarras como al resto de los reclusos y a reconocerles paulatinamente algunos derechos, como el acercamiento, sin descartar algún indulto como en su día hicieron los gobiernos de José María Aznar y de José Luis Rodríguez Zapatero. Según el autor, el Ejecutivo «sigue con la política del palo, pero tiene que llegar un momento en que también se aplique un poco la zanahoria».
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