José L. Caravias sj.
Estoy impresionado por la tozudez con que se insiste en refregar supuestas deficiencias ya lejanas del recién nombrado Papa Francisco. Jorge Bergoglio, como todo ser humano, tiene una historia personal, llena de aciertos, problemas, errores y dubitaciones. Tiene su carácter, su temperamento y la carga de su pasado. Pero como todos los mortales tiene el derecho de poder corregir rumbos y curar las heridas de sus batallas.
Me encontré con él, repetidas veces, durante 1975. Fue mi superior provincial. Me escuchó y atendió siempre con cariño. Pero yo era un problema para él.
En mayo del 72, en Asunción del Paraguay, fui secuestrado por un comando policial y tirado sin papeles en la frontera argentina. La dictadura de Stroessner no escatimó calumnias con las que ensuciar mi compromiso con las Ligas Agrarias Cristianas, de las que era su asesor nacional.
Me quedé dos años al fondo del Chaco argentino, donde logré formar un sindicato de hacheros, cruelmente explotados por los obrajeros de la zona, que extraían madera de quebracho para la industria del tanino. El sindicato fue aprobado y funcionó, pero los obrajeros no me lo perdonaron… Las trampas mortales que nos tendieron fueron tan graves, que tuve que decidir marcharme a Buenos Aires. Allá empecé a incursionar en las Villas Miseria atendiendo a los paraguayos.
En medio de tremendas tensiones, a los pocos meses Bergoglio me comunicó que había conocido que la Triple A (Alianza Anticomunista Argentina) había decretado mi muerte, junto con otros, y que lo mejor sería que me fuera una temporada a España.
En esos días, en una visita de despedida a Resistencia, capital del Chaco, fui arrestado y pasé una noche terrorífica en un calabozo inmundo. Es terrible el golpe del cerrojo del calabozo y la incertidumbre de que no sabes si vas a amanecer… A media noche me hicieron un simulacro de fusilamiento.
Dos amigos sacerdotes habían sido asesinados en los meses anteriores: Mujica en las villas, y Mauricio Silva, sacerdote barrendero, con quien había compartido hermosas charlas y eucaristías. Una vez más sentía el cuchillo de las dictaduras en mi garganta. Pensé que ya estaba bien de hacerme el valiente, y decidí aceptar la invitación de Bergoglio de salir de aquella tan convulsionada Argentina. Más tarde me contaron cómo la policía hizo “operaciones rastrillo” borrando mis huellas en el Chaco. Pero lo que más me dolió fue que apresaron a amigos con muy crueles torturas buscando información sobre mí.
¿Qué pensaba Bergoglio de todo esto? Me animó a huir. Creo que se sintió aliviado cuando me marché. Seguramente no estaba del todo de acuerdo con mi accionar organizativo entre el pueblo. Quizás tantos informes policiales le hicieron dudar, pero conmigo fue noble y me ayudó a escapar de una muerte cierta. Y por ello le estaré siempre agradecido.
Algunos le acusan de que no fue suficientemente valiente en denunciar aquellas situaciones. Esto me desasosiega. Había que haber vivido aquellas terribles tensiones para poder hoy recriminar… Torturaban y mataban a la menor denuncia en contra.
Posiblemente Jorge Bergoglio, ser humano, cometió errores. A veces fue desacertado. Se dejó llevar por miedos y prejuicios. Pero eso lo hicimos todos. Los gases venenosos de las dictaduras nos enloquecieron a todos. No nos hinchen por haber respirado esos gases. Ahí vivíamos, y respirábamos como podíamos…
Lo importante es cómo curamos nuestros pulmones de aquellas heridas. Ciertamente para Jorge Bergoglio, como para muchos de nosotros, ha supuesto mucho esfuerzo de sanación. No es fácil olvidar y perdonar aquellos horrores. Pero para él, para mí, y para tantos otros, como Francisco Jalics por ejemplo, la fe en Jesús ha sido definitiva. Los que sufrimos aquello, y hoy día respiramos tranquilos, reconocemos que la fuerza del Resucitado nos he hecho renacer con nuevos bríos.
Todos cambiamos con el tiempo. Maduramos. Jorge también. Sus actitudes no son las mismas de hace casi cuarenta años. Lo demuestran sus últimos años en Buenos Aires. Está más cerca del pueblo, tiene ideas más claras y denuncias más contundentes. Y sobre sus hombros ha caído ahora una carga mucho más pesada. ¿Por qué empeñarse en refregarle sus posibles errores del pasado? ¿No sería mucho más sensato apoyarlo en su austeridad y su servicio a los pobres?
La extrema derecha ya empieza a denunciarlo como traidor, antipapa… Y quizás el alto capitalismo mundial esté orquestando las calumnias para desprestigiarlo, pues un Papa austero comprometido por los pobres es para ellos peligroso…
Algunos lamentan que el Papa no sea un gran revolucionario. Eso no es posible. Pero si consigue, como ha afirmado, que la Iglesia sea pobre al servicio de los pobres habrá dado pasos históricos significativos.
Una muestra de cambio. Hace unos diez meses en la Facultad de Teología de Buenos Aires reivindicó la memoria del sacerdote Rafael Tello, uno de los iniciadores de la Teología de la Liberación, que fue condenado y apartado por la Jerarquía de entonces. Dice Bergoglio: “La historia tiene sus ironías… Vengo a presentar un libro sobre el pensamiento de un hombre que fue separado de esta Facultad. Cosas de la historia. Esas reparaciones que Dios hace: que la jerarquía que en su momento creyó conveniente separarlo, hoy diga que su pensamiento es válido. Más aun, fue fundamento del trabajo evangelizador en Argentina. Quiero dar gracias a Dios por eso.” Vale la pena escuchar completo su discurso, de casi una hora.
Apoyémoslo. Animémoslo. Él ha pedido la bendición del pueblo. Ayudémoslo a ser consecuente son su fe en Cristo, impulsado por San Ignacio e iluminado por San Francisco.
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