Los Hermanos Menores en la crisis actual
Queridos hermanos:
¡El Señor os dé su
paz!
Con ocasión de
la celebración de la fiesta de nuestro
padre San Francisco, deseamos compartir con vosotros algunas reflexiones a
partir de la crisis económico-financiera que afecta a la economía mundial. Esta
crisis se extiende más allá de las economías desarrolladas y se inserta en la
crisis más amplia del subdesarrollo que afecta a más de dos mil millones de
personas, obligadas a vivir en una pobreza extrema.
Nuestra intención
no es la de tratar toda esta problemática tan compleja, sino, más bien, es la
de animarnos mutuamente a preguntarnos individual y comunitariamente: ¿Qué
responsabilidad tenemos en esta difícil coyuntura? ¿Cómo vivimos nosotros, Hermanos
Menores, la situación de nuestro mundo y especialmente la crisis general que
afecta a tantísimas familias? ¿Cómo podemos vivir hoy, de manera fiel y
significativa, nuestra opción de pobreza, la solidaridad, el testimonio que
logra dar dignidad e incluso una oportunidad a la situación negativa que
llamamos “crisis”? Para nosotros, que queremos continuar siendo los frailes del pueblo, es una gran preocupación el
sufrimiento de tantas personas, especialmente de las más débiles.
No es sólo una
crisis económico-financiera
La actual crisis
es, en muchos aspectos, diferente de las precedentes. Su causa fundamental se
encuentra en el sistema, en el modo en el que se ha organizado y en los
principios y motivaciones que están en su base. Hemos asistido, a lo largo de
los últimos años, a un creciente predominio de las finanzas sobre la economía
real, un predominio que ha llegado, incluso, hasta la política, que ha quedado
casi sometida a las finanzas.
Entre los efectos
de la crisis, además de las desigualdades en las rentas, es útil recordar cómo
el auge de las finanzas ha comprometido la transparencia y la integridad de los
mercados. Se ha lesionado en ellos la confianza y la credibilidad, valores
fundamentales para su correcto funcionamiento y para su sostenibilidad. En ese
camino se ha cultivado la ilusión de ganancias financieras cada vez mayores,
hasta generar una hybris vinculada a la
“seducción” de poder liberar, finalmente, la ganancia del trabajo, en el
creciente “divorcio” entre finanzas y economía real.
Entre los efectos
de la crisis, además de las desigualdades en las rentas, es útil recordar cómo
el auge de las finanzas ha comprometido la transparencia y la integridad de los
mercados. Se ha lesionado en ellos la confianza y la credibilidad, valores
fundamentales para su correcto funcionamiento y para su sostenibilidad. En ese
camino se ha cultivado la ilusión de ganancias financieras cada vez mayores, hasta
generar una hybris vinculada a la
“seducción” de poder liberar, finalmente, la ganancia del trabajo, en el
creciente “divorcio” entre finanzas y economía real.
En la presunción
de poder que ha envuelto a las finanzas, el vacío creado en los mercados por la
erosión de la confianza y de la transparencia ha sido colmado por la avidez, convertida
en la prerrogativa del capitalismo financiero.
La expansión de la
mera ganancia se ha convertido en el fin compartido por la mayor parte de las
empresas. La misma reducción de personal es utilizada frecuentemente como
resorte para la rentabilidad de los accionistas solamente.
Para muchas
personas en el mundo la crisis significa paro. Estas personas ya no tienen
ingresos por el trabajo y ven con angustia incluso la suspensión de eventuales
subsidios, con el peligro de una profunda exclusión social. Además, el aumento
de los precios de los alimentos ha llevado a muchos millones de personas,
especialmente en los países empobrecidos, a una situación insostenible que
amenaza su misma supervivencia.
La crisis actual,
junto a la pobreza mundial, al hambre, las guerras y la destrucción de la
naturaleza, trasciende el plano meramente técnico-coyuntural y llega hasta la
dimensión antropológica y ética. Hay que cuestionar el utilitarismo, la
búsqueda del interés personal a toda costa y el consumismo desenfrenado. Estas
motivaciones del obrar han plasmado la cultura hoy predominante y han orientado
el conjunto de la vida humana a objetivos egoístas, según un paradigma de
racionalidad expresado por relaciones fundadas sobre el principio de
intercambio de equivalentes: dar por recibir. Sin embargo la crisis nos muestra
ampliamente los resultados de las opciones utilitaristas, y la ineficacia de
tantas intervenciones de mero carácter técnico, en el intento de salir de la
misma.
Reflexión a
partir de nuestra espiritualidad
La superación de
la crisis y el cambio de nuestro mundo exigen cambiar de ruta, dar un sentido
nuevo a la existencia y pensar un modelo de desarrollo diferente. Para esto
nuestra espiritualidad evangélico-franciscana nos ofrece luces muy valiosas:
* El Evangelio es “buena noticia” para la vida, por eso “el Evangelio no es solamente
una comunicación de cosas que se pueden saber, sino una comunicación que
comporta hechos y cambia la vida” (Spe salvi, 2). Creer en el Evangelio significa, pues, preguntarse el porqué de esta
situación de crisis, desvelar las actitudes y comportamientos que la han
provocado, cuestionar nuestro modo de vivir, convertirnos y ser “buena noticia”
para los que sufren.
* El centro de la vida cristiana es el amor. Dios es amor. Y “el gran mandamiento
del amor al prójimo
exige y urge a
tomar conciencia de que tenemos una responsabilidad respecto a quien, como yo,
es criatura e hijo de Dios: el hecho de ser hermanos en humanidad y, en muchos
casos, también
en la fe, debe
llevarnos a ver en el otro a un verdadero alter ego, a quien el Señor ama infinitamente. Si cultivamos esta
mirada de fraternidad, la solidaridad, la justicia, así como la misericordia y
la compasión, brotarán naturalmente de nuestro corazón” (Benedicto XVI, Mensaje para la Cuaresma 2012, n. 1).
* El amor vivido y revelado por Jesús nos lleva a una
preferencia por los pobres y los que sufren e incluye la búsqueda de la
justicia, que es uno de signos
del Reino. Para Jesús, enviado a llevar la buena noticia a los pobres (cf. Lc 4,18; Mt 11,5), los marginados y excluidos eran un escándalo. Considerar la pobreza
como un escándalo nos debe llevar a asumir una actitud activa y pública a favor
de los países y de los sectores sociales pobres (cf. CC.GG. 96 §2).
* Todos los bienes pertenecen a Dios que los dapara el bien
de todos. Francisco estaba
convencido que todos los bienes, espirituales y materiales, son de Dios, no nos
pertenecen. Como enseña la Escritura, recordando frecuentemente que la “tierra es
de Dios” (cf. Ex 9,29; Lv 25,23; Sal 24,1), la
persona humana no
puede considerar nada como propiedad suya, porque todo bien es de Dios (cf. 1R 17,18). Nosotros los hemos recibido como administradores para
ponerlos al servicio de todos. Esta visión de Francisco está de acuerdo con la visión
de los Padres sobre el destino universal de los bienes, enseñanza que ha
retomado el Magisterio social postconciliar de la Iglesia.
* La restitución. Para Francisco el compartir, la solidaridad, es una
consecuencia lógica de su concepto de propiedad. Para él, Dios es el único
dueño de todos los bienes que distribuye con generosidad a todas las personas
(cf. 2Cel 77). El uso de las cosas está
determinado por la necesidad: las cosas son de quien tiene necesidad. Para
Francisco la entrega de una capa a los pobres no es otra cosa que restitución, entendida como justicia: se sentía un
ladrón si no compartía lo que tenia con otros que tenían más necesidad (cf. 2Cel 87; 92).
¿Qué podemos
hacer?
La crisis actual
puede ser para nosotros una llamada del Espíritu, un “tiempo de gracia” para
cambiar nuestra mirada sobre el mundo y para ser más solidarios. Por eso no
puede dejarnos indiferentes, sino que debe provocar en todos nosotros y en
nuestra Fraternidades, locales y provinciales, una revisión exigente de nuestro
estilo de vida, de cómo vivimos concretamente el sine proprio, de la organización económica de nuestras instituciones,
de nuestra capacidad de compartir con los pobres y marginados.
La crisis actual,
que impone a tantas familias una estrechez de medios y obliga a otras familias
a privarse de lo necesario, pensamos que debería llevarnos a los Frailes a un
serio examen de conciencia sobre un estilo de vida demasiado cómodo, sobre un uso
demasiado liberal de los medios más sofisticados, sobre hábitos de vida
claramente “burgueses” y consumistas (cf. CC.GG. 67). ¿Cómo podemos infundir ánimo y esperanza a los nuevos pobres si
nosotros mismos no conseguimos prescindir de tantas “necesidades” no
necesarias?
La austeridad
provocada por la crisis nos debería llevar a revisar también cómo usamos los
bienes muebles (por ej. acumulación de dinero –cf. CC.GG. 82 §3-: ¿dónde está nuestra confianza en la Providencia?) e inmuebles
(tantos locales sin uso). ¿Cuántas familias desahuciadas, cuántos inmigrantes
sin morada fija, cuántas Asociaciones de tipo asistencial podrían usar tantos
locales que tenemos y que están inutilizados? Y el dinero ¿en qué Bancos
preferimos depositarlo? Hoy es necesario, ante todo, conocer cómo los Bancos
utilizan nuestros ahorros: ¿para promover proyectos económicos, sociales y
culturales que respeten los derechos humanos y cuiden la creación o para
actividades contrarias a nuestros principios éticos?
Y nuestra
solidaridad no debe ser solamente generosa, sino también inteligente y
creativa. Si miramos a nuestro pasado, vemos que la Observancia fue un período
especialmente fecundo, porque los Frailes supieron conjugar la tensión de la
renovación interna con la de la renovación social, inventando los admirables
Montes de Piedad, la primera forma de microcrédito de la humanidad. En muchas
partes del mundo, las finanzas éticas, los microcréditos, las cooperativas
sociales, el comercio justo y solidario, son formas de solidaridad inteligentes
que, si se apoyan, consiguen liberar de la pobreza a tantas personas, respetándolas
en su dignidad. No se limitan a la simple beneficencia, sino que promueven la
capacidad organizativa de los individuos que participan en ellas.
Es urgente
continuar cuidando la formación personal y comunitaria de los Frailes,
especialmente de los ecónomos y guardianes, para que sean capaces de leer en
profundidad las dinámicas socio-económicas. La gestión de los recursos
económicos no se puede confiar solamente al sentido común, sino que constituye
un instrumento eficaz para una ciudadanía responsable, que trabaja por el bien
común y el desarrollo integral.
En nuestro trabajo
pastoral, tenemos que sensibilizar y educar en nuestros ámbitos eclesiales
(parroquias, colegios, grupos, movimientos) en la opción por dar prioridad a
los débiles y necesitados; tener como clave comunitaria una frase de los Hechos de los Apóstoles: “tenían todo en común”; hacer de
nuestras parroquias, santuarios y conventos lugares de acogida, humanización y
encuentro, que tengan un grupo de voluntariado de solidaridad con los pobres.
Queremos también
hacernos y haceros a vosotros, hermanos, una pregunta más radical: ¿somos
capaces todavía de
escandalizarnos por tantas pobrezas e injusticias como existen en el mundo? ¿O,
por el contrario, nos refugiamos en la fácil afirmación de que el problema nos
sobrepasa y que, por tanto, no podemos hacer nada? ¿No es también este un modo
de “adormecer” nuestra conciencia? Si el mar está formado por tantas gotas
pequeñas, también en la dimensión socio-económica nuestra pequeña gota puede
contribuir a formar un mar de solidaridad y de bondad.
Nuestras opciones
en el campo del consumo, del ahorro y de la solidaridad son una aportación (o
una privación) importante para construir una economía solidaria al servicio de
la persona y de todas las personas. Por eso tenemos que tomar conciencia de que
esa economía solidaria no será solamente el resultado de decisiones de alta
política económica, sino también de lo que nosotros ofrezcamos con nuestro modo
de vivir y de obrar.
Si una economía
transparente y de comunión alimenta la comunión fraterna, una economía
solidaria nos hace verdaderamente hermanos de los pobres y de los más pequeños.
Y este es ciertamente un testimonio que muestra a la sociedad una dirección
alternativa, libre del ciego individualismo y del interés personal egoísta, y
abierta a la solidaridad concreta y a la justicia. Caminar en esta dirección
nos parece el mejor modo de honrar a nuestro padre y hermano Francisco.
Roma, 17 de septiembre 2012
Fiesta de
los Estigmas de San Francisco
|
Vuestros hermanos del Definitorio
general
Fr. José Rodríguez Carballo ofm (Min. gen.)
Fr. Michael Anthony
Perry, ofm (Vic. gen.)
Fr. Vincenzo
Brocanelli, ofm (Def. gen.)
Fr. Vicente-Emilio
Felipe Tapia, ofm (Def. gen.)
Fr. Nestor Inácio
Schwerz, ofm (Def. gen.)
Fr. Francis William
Walter, ofm (Def. gen.)
Fr. Roger Marchal,
ofm (Def. gen.)
Fr. Ernest Karol
Siekierka, ofm (Def. gen.)
Fr. Paskalis Bruno
Syukur, ofm (Def. gen.)
Fr. Julio César
Bunader, ofm (Def. gen.)
Fr. Vincent Mduduzi
Zungu, ofm (Def. gen.)
Fr. Aidan McGrath,
ofm (Seg. gen.)
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