Estemos o no en todo de acuerdo, un buen material para la lectura sosegada y el diálogo.
Cuando veas las barbas de tu vecino pelar...
¿Vemos algo similar en nuestra Iglesia?
¿Qué puntos en común vemos entre ambos obispos?
¿Las diferencias son de personalidad o ideológicas?
Como en las series de la tele, aquí termina nuestro recorrido gracias a la generosidad de humus.tk
Hemos desarrollado en el artículo anterior algunas de las manifestaciones del cambio de línea o de la “quiebra” de la aplicación del Vaticano II, en el tiempo de Mgr. Munilla. Quisiéramos ahora hacer un análisis de las razones o motivaciones que han originado esa “quiebra”.
Tendríamos que referirnos en primer lugar a la trayectoria sacerdotal de Mgr. Munilla. A su formación, que en parte tuvo lugar en el Seminario de Toledo, conocido por su concepción de una vida sacerdotal tradicional, en la que los decretos de formación del Clero y de Vida sacerdotal, fueron combatidos desde una óptica del sacerdocio más tradicionalista e incluso anclada en la figura sacerdotal del Concilio de Trento; y bajo la dirección espiritual de alguno de los padres de la Compañía de Jesús, que tomaron una postura claramente contraria a la línea de vida pastoral y religiosa que inspiró el bilbaíno P. Arrupe. No hay duda de que este estilo de formación en el que la renovación del Vaticano II quedaba, cuando menos, aguada, no podía armonizarse con el estilo de formación y vida sacerdotal que se vivian en la diócesis de Donostia. De tal manera, que al cabo de unos años, las vocaciones al sacerdocio que surgieron en torno a D. José Ignacio Munilla, se dirigieron, para llevar a cabo su formación, al mismo Seminario de Toledo en el que D. José Ignacio confiaba y no al de Donostia, en el que no confiaba. A lo largo del ejercicio de su ministerio sacerdotal, casi 20 años en la Parroquia del Salvador de Zumárraga, su distancia y desapego a la línea más cercana al Vaticano II, llevada a cabo, por sus antecesores Mgr. Setién y Mgr. Uriarte; fue conocida y manifiesta. Creemos que tenía como matriz existencial y teológica una formación y una interpretación del Vaticano II, y de toda la vida de la Iglesia, que correspondía, no a la línea de la mayoría que había aprobado la reforma conciliar sino a la de la minoría, que tras las dudas y perplejidades de los últimos años del Papa Pablo VI, había alcanzado el poder en la iglesia con la “renovación” auspiciada, sostenida, y realizada durante el pontificado de Juan Pablo II y confirmada durante el pontificado del papa actual, Benedicto XVI.
Esta matriz existencial y teológica estaba constituida, y sigue constituida, en su base, por una cosmovisión en que los principales valores que la modernidad y la ilustración aportaban, eran sospechosos y peligrosos para promover la maduración libre del hombre y la constitución democrática de la sociedad. Y si lo eran en la esfera civil, con cuánta más razón en la esfera eclesiástica. Esta cosmovisión, más favorable a ley y orden, que a libertad y democracia, creemos que está en el fondo de una interpretación del hombre, de la sociedad, de la iglesia, e incluso de la misma visión de Dios, que obstaculiza la recepción del Vaticano II, precisamente en los objetivos que se propuso y en los contenidos que acuñó. Ya que el Vaticano II, trató de asociar e integrar en el Plan de Dios para la humanidad, a través de sobre todo de su deseo de diálogo con el mundo, y de la categoría pastoral y teológica de los signos de los tiempos, aquellos valores de la modernidad y de la democracia. Esta integración se propuso sobre todo tanto en las constituciones sobre la Iglesia, LUMEN GENTIUM, como en la de la relación al mundo GAUDIUM et SPES, y se manifestó, claramente en el Decreto sobre la libertad religiosa. Mgr. Munilla que se educó y propagó la primera cosmovisión a la que hicimos referencia, y a la que se siente profundamente adherido, difícilmente podrá adoptar la línea, que insistimos, creemos ser la del Vaticano II.
Además esta matriz existencial y teológica vuelve a ser apoyada, propulsada desde Roma y los episcopados más afines, en definitiva por una parte importante del poder eclesiástico, con la promulgación del nuevo Código de Derecho Canónico, el 25 de Enero de 1983, y sobre todo a partir del Sínodo de los Obispos de 1985, y la publicación el 11 de Octubre de 1992 del Catecismo Católico, que aquel mismo sínodo solicitara. A partir de este momento las intuiciones claves del Vaticano II, van desplazándose y se sustituyen por una lectura de las mismas más en consonancia con el establecimiento de una identidad eclesial cerrada y fuerte, que quiere defenderse de los dinamismos del mundo moderno y actual, considerados sobre todo como contrarios a la vida del evangelio y a la cultura cristiana. De ahí que frente a la palabra “reforma” e incluso a la de “renovación” que fueron las usadas por el Vaticano II se prefiera la de “restauración”. “Restauración” pone el paradigma en algo anterior que fue mejor y sobre todo que fue algo delimitado y completo, no un Pueblo de Dios peregrino que camina en medio del mundo, la Humanidad, con sus alegrías y tristezas, ansiedades y deseos, fracaso y victorias, de quien se siente profundamente solidario, y con la que, (la humanidad) se dirige a la plenitud del Reino, hacia el Cristo Total.
En este intento de “restauración” no se trata tanto de tender puentes, de abrir diálogos, de comunicarse en distintas experiencias espirituales no solo católicas, sino cristianas e incluso simplemente religiosas, y hasta increyentes, -intuición y deseo del Vaticano II-, sino de constituirse como espacios cerrados, poseedores de la verdad de Dios y del hombre. Tesoro este, que sólo pertenece a la jerarquía de la iglesia católica, única autorizada a interpretarla, y a quien los creyentes pertenecientes a dicha iglesia católica, deben adherirse sincera y acríticamente. La estrechez de las puertas de esa iglesia amurallada impide que muchos hombres y mujeres que han accedido, de alguna manera, a la persona de Jesús y a su mensaje, y que desde sus diversas culturas tratan de acceder por ella, la experimenten como inaccesible. Incluso los creyentes católicos que hemos vivido la hermosa experiencia de apertura, de diálogo, de búsqueda de armonía con las modernidad, y hasta con la postmodernidad, y que no hemos abandonado la iglesia, en este caso, nuestra iglesia diocesana, nos sentimos constreñidos, incómodos, agobiados, y empujados a vivir en un hogar que en manera alguna sentimos como nuestro.
Este intento “restauracionista” nos parece que dirige todos y cada uno de los capítulos del Plan Pastoral 2011-2016, y la mayor parte de las iniciativas pastorales que han tenido lugar en nuestra diócesis. Igualmente creemos que forma parte de organización de la distribución del clero, tanto en lo correspondiente a responsabilidades pastorales diocesanas, como a provisión de parroquias territoriales. Este intento “restauracionista” quiere responder con fidelidad a la formulación que el Papa Juan Pablo II expresó como tarea del quehacer católico en la Carta Apostólica “Laetamur magnopere” con motivo de la aprobación de la edición típica latina del Catolicismo de la Iglesia Católica. “La Iglesia dispone ahora de esta nueva exposición autorizada de la única y perenne fe apostólica, que servirá de «instrumento válido y legítimo al servicio de la comunión eclesial» y de «regla segura para la enseñanza de la fe», así como de «texto de referencia seguro y auténtico» para la elaboración de los catecismos locales” (15 de Agosto de 1997). Si nos fijamos en los términos utilizados “exposición autorizada de la única y perenne fe apostólica”, “Regla segura para la enseñanza de la fe”; “texto de referencia seguro, para la elaboración de los catecismos locales.” Percibimos explícitamente un estilo determinado, en el que la seguridad de la transmisión doctrinal precede a la proclamación de la Buena Noticia, Lo definitivo y adquirido lleva el paso y el peso, sobre lo sorprendente del Espíritu. Una fuerza identitaria defendiéndose a sí misma, mucho más que una proclamación gratuita y generosa que trata de servir a la humanidad, y especialmente a la humanidad sufriente.
No dudamos de que este es el eje en que nuestros responsables diocesanos trabajan. El problema se plantea cuando ese eje de trabajo “quiebra” al que hasta el presente hemos seguido, y que hemos expuesto en artículos anteriores. ¿Cómo encontrar un modo de trabajo y convivencia común, -ya hablaremos de comunión más adelante-, si en este eje, percibimos ,un desplazamiento con los objetivos del Vaticano II y el estilo con que Juan XXIII procedió a su convocatoria?. Algunas de las hermosas frases de aquella convocatoria nos muestran lo que se pretendía:
Una cosa es la substancia de la antigua doctrina, del "depositum fidei", y otra la manera de formular su expresión; y de ello ha de tenerse gran cuenta —con paciencia, si necesario fuese— ateniéndose a las normas y exigencias de un magisterio de carácter predominantemente pastoral.” “Siempre la Iglesia se opuso a estos errores. Frecuentemente los condenó con la mayor severidad. En nuestro tiempo, sin embargo, la Esposa de Cristo prefiere usar la medicina de la misericordia más que la de la severidad. Ella quiere venir al encuentro de las necesidades actuales, mostrando la validez de su doctrina más bien que renovando condenas” Y aún más; si se considera esta misma unidad, impetrada por Cristo para su Iglesia, parece como refulgir con un triple rayo de luz benéfica y celestial: la unidad de los católicos entre sí, que ha de conservarse ejemplarmente firmísima; la unidad de oraciones y ardientes deseos, con que los cristianos separados de esta Sede Apostólica aspiran a estar unidos con nosotros; y, finalmente, la unidad en la estima y respeto hacia la Iglesia católica por parte de quienes siguen religiones todavía no cristianas.Creemos que estas frase ilustran lo que decimos sobre el desplazamiento. El problema, pues, de trabajo en común de ambas perspectivas, que tenemos planteado en estos momentos en nuestra diócesis es importante, y merecedor de que se le dedique un tiempo de refelexión y actuación. ¿Se abrirán los caminos que hagan posible su tratamiento?.
(Discurso de inauguración del Concilio 11 de Octubre de 1962).
Deseamos, por nuestra parte, proponer algunas pistas que posibiliten ese trabajo, pero antes, y ya que hemos intentado mostrar una visión histórica de la recepción y aplicación del Vaticano II en nuestra diócesis, intentaremos ofrecer una breve síntesis del modo en que se ha llevado esa recepción y aplicación de cada uno de los documentos conciliares. Siempre, insistimos, con el deseo de que el conocimiento de esa experiencia nos ayude a abrir las pistas para el trabajo común al que nos referimos.
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