La Comisión
Permanente de la Conferencia Episcopal Española (CEE), al final de su CCXXV
reunión durante los días 2 y 3 de octubre, ha publicado una Declaración
titulada “Ante la crisis, solidaridad”, con dos temas básicos, la crisis
económica y el nacionalismo. Cristianisme Segle XXI comparte con los obispos de
la Comisión Permanente la preocupación por estos dos temas, pero queremos hacer
estas consideraciones en torno a su Declaración.
Error de método
El documento tiene un problema de raíz que daña todo el contenido:
como en otros documentos de la jerarquía, se interpreta la realidad social a
partir de principios supuestamente inmutables, no a partir de la realidad
misma. Podríamos llamarlo “ideologismo teológico” o “idealismo moral”. Este
documento es un ejemplo evidente. Dado que los dos temas que trata son
cuestiones históricas (no dogmáticas o filosóficas), las conclusiones deberían
estar fundamentadas sobre presupuestos históricos o económicos sólidos. Sin
esto el resultado reflejará fundamentalmente la ideología del redactor o
redactores y convierte la Declaración en un documento que corre el riesgo de no
interpretar la realidad sobre la que pretende intervenir. A esto se llama petitio principii que significa que la proposición que
se pretende demostrar esta ya incluida en las premisas. Veámoslo en ambos
casos.
I. Respecto de la crisis
El silencio sobre las causas y responsables
El documento no
habla de aquello que comúnmente se reconoce como las causas de la crisis:
operaciones directamente especulativas como la burbuja inmobiliaria, un sistema
fiscal en el que las grandes fortunas no pagan lo que proporcionalmente les
correspondería, la evasión fiscal, la existencia de las SICAV y los paraísos
fiscales, el rescate de la banca sin exigir responsabilidades y el no-rescate
de personas en graves dificultades, el fraude de las preferentes, la deuda
injusta y obligar a pagar a quien no la ha contraído, las actividades
fraudulentas de los mercados, los intereses usureros de la banca internacional,
la especulación con el precio de los alimentos o con la salud, etc. Hay
igualmente un grave silencio a la hora de señalar a los culpables de la
tragedia: aquellos que con la especulación esperaban obtener pingües
beneficios, los evasores y los que amnistían la evasión, los miembros de los
consejos de administración con sueldos inmorales, los altos directivos de
entidades financieras, de las instituciones internacionales monetarias o de
crédito, las agencias de calificación. La jerarquía de la iglesia debería poder
ejercer la función de estímulo de la ética colectiva. No lo ha hecho.
Las “estructuras de pecado” y “el mercado”
Nos hemos
acostumbrado a vivir con normalidad en medio de lo que Juan Pablo II llamó
“estructuras de pecado” (Solicitudo rei socialis “de 1987,” Evangelium vitae
“1995 y otros). Lamentablemente la Permanente de la CEE no se ha atrevido ni a
citar esta expresión. Parece que la crisis haya venido de la nada, como un
huracán que afecte a todos por igual y ante el que sólo caben respuestas individuales
de protección y ayuda mutua. Cabe recordar que una de las premisas del
neoliberalismo es la despolitización de la economía, o desvinculación de
responsabilidades morales de las decisiones económicas. Pero habiendo recursos
para todos como los hay, tolerar el inmenso sufrimiento en el que se ven
obligadas a vivir millones de personas es tolerar una “estructura de pecado”.
Los continuados informes del BM, del FMI, del G-20, del Banco de España, del
BBVA, de la Caixa, dan cuenta de la tragedia. En muchos de ellos incluso hay
juicios morales en temas como la concentración de la propiedad, deuda,
dependencia, derroche de recursos, número de familias que han quedado sin
ningún ingreso, desempleo, desahucios, imposibilidad de democracia etc. con
mayor sensibilidad ética que en el propio documento episcopal.
En definitiva, los
obispos no condenan el “mercado”, palabra con la que hoy se designa este modelo
económico. La Declaración responde a la doctrina del neoliberalismo, que puede
concretarse en la afirmación: “El mercado es bueno, pero tiene disfunciones”.
De aquí salen los dos ejes que vertebran la argumentación del documento: 1.
“Estas disfunciones son resultado del egoísmo” y 2. “Estas disfunciones hay que
corregirlas con la caridad”.
Responsabilidades morales individuales
Los obispos sólo
hacen referencia a causas individuales y de carácter moral-individual:
“egoísmo” “falta de ética” “individualismo” “pecado” “el mal está en el corazón
las personas”. Da por supuesto que el actual sistema económico y de libertades
funciona. El único límite: el egoísmo. Egoísmo, además, referido
indiscriminadamente tanto a los responsables del caos y que salen ganando con
él, como a las víctimas, a las que además a menudo se culpabiliza diciendo que
“han vivido por encima de sus posibilidades”. Como no analiza la realidad y su
perspectiva no parte “de abajo”, diluye las contradicciones y minimiza los
conflictos, el discurso es de principios. Por eso aparece como una concepción
“interiorizada”, que deriva hacia responsabilidades morales individuales.
Propuestas para superar la crisis
Por eso las
soluciones serán siempre de carácter individual y desde principios abstractos,
“no ser egoístas”, “que madure la conciencia solidaria”. Es de observar que en
el documento incluso la palabra “justicia” aparece sólo en dos ocasiones y
marginalmente, contrastando con la centralidad que tiene la palabra “caridad”.
La distribución de bienes se deja en manos del mercado y de la “bondad”
individual guiada por los principios de fraternidad. No se menciona el papel
regulador que en esto debería tener el estado, cosa en la que incluso la
Doctrina Social de la iglesia clásica insistía.
Obviamente los
obispos no hablan de cambio de modelo económico, dan por incuestionables las
exigencias del mercado y ni siquiera mencionan las propuestas sobre las que hay
consenso social mayoritario, p.ej., la imposición de un gravamen a las
transacciones financieras especulativas o una fiscalidad más justa respecto de
las grandes fortunas.
Evidentemente no
alientan a los movimientos que se han manifestado por otro modelo de sociedad,
los que buscan nuevos modelos de economía alternativa, no consumistas. En
cambio hace una alabanza a la docilidad “de los obreros que han aceptado las
restricciones con civismo”, que, sin tener presentes las consideraciones
anteriores, puede considerarse una ofensa a los millones de personas que sin
ninguna culpa se han encontrado en el pozo de la angustia y sin posibilidad de
expresarse.
Falta de espíritu profético
El documento carece
de espíritu profético, de denuncia y de anuncio. La no-lectura de la realidad a
partir de los oprimidos, puede hacer que estos no se encuentren reflejados en
él. Es un lenguaje abstracto, lejos de los textos de los profetas y del
lenguaje del mismo Jesús, al que sí que la gente entendía. El documento no
habla para nadie. Por eso ha tenido tan poco eco. Oportunidad perdida para
entrar en contacto con los problemas y personas de hoy.
Estamos de acuerdo
en que la función de la Iglesia no es la de dar soluciones técnicas (párrafo
8), pero sí lo es la de dar esperanza a un mundo obligado a vivir en el nuevo
orden del desorden.
II. – Nacionalismo
La posición oficial de la CEE.
La CEE ya había
manifestado en reiteradas ocasiones su posicionamiento en contra del
nacionalismo de Cataluña y de Euskadi a través de Declaraciones (3 de noviembre
de 2002, 7 de enero de 2005, 23 de diciembre 2006), a través de la COPE,
incluso desde la calle. No sorprende por lo tanto esta nueva toma de posición.
La Declaración le dedica sólo un párrafo corto (el n.12) al que sin embargo
añade el largo documento de 2006 que titulaba “Orientaciones Morales ante la
actual situación de España”. Cristianismo s.XXI no puede hacer otra cosa que
repetir lo que desde el año 2003 en reiteradas ocasiones hemos manifestado.
En su Declaración,
este apartado del nacionalismo el problema del apriorismo episcopal al que
aludíamos al principio es más patente si cabe que en el otro apartado. Los
obispos parten en sus documentos de una lectura sesgada de la historia y de
apriorismos sin justificación como la identificación entre nacionalismo y
totalitarismo, el supuesto bien moral que significa la unidad de España, que el
autogobierno supondría la ruptura de los lazos de amistad que existen entre las
familias y los pueblos, que la unidad de España arranca del proceso de
romanización, se afianza en la reconquista, se consolida con los reyes
católicos etc.
En este análisis
histórico los obispos no hacen referencia a la violencia histórica que se ha
ejercido sobre Cataluña en el proceso de la construcción de la unidad de España
por la fuerza, al carácter totalitario del nacionalismo españolista o a los
agravios económicos, políticos, lingüísticos o culturales. Parten de un fundamentalismo
religioso-histórico-político de las antiguas esencias del nacionalcatolicismo
que pretende apoyar a otro fundamentalismo, el estrictamente político.
No hablan de que el
derecho a la autodeterminación es un derecho reconocido por todos los organismos
internacionales y que en cada caso habrá que gestionar el conflicto desde el
respeto y el diálogo, sin descalificaciones ni imposiciones. Pero sobre todo
pasan por alto la Doctrina Social de la Iglesia respecto del derecho de
autodeterminación, repetida por el Vaticano en cada uno de los procesos de
independencia y reiteradamente proclamada por Juan Pablo II (en la UNESCO, el 2
de junio 1980; al Asamblea General de la ONU el 5 de octubre de 1995, entre
muchas otras declaraciones).
Cristianismo Siglo
XXI creemos que lo que ha ocurrido en Cataluña desde el 11 de septiembre es de
un profundo calado, que se explica fundamentalmente desde la antropología
colectiva, y que va más allá de las razones estrictamente económicas o
políticas. Ante esto sólo se puede responder desde la voluntad de leer los
hechos, del intento de comprensión y la voluntad de rehacer los puentes rotos.
Las respuestas de imposiciones, prohibiciones o a través de vías
administrativas sólo echaran más leña al fuego.
Lamentamos que la Secretaría
de la CEE, en lugar de la mano tendida y de prestarse a ser institución de
diálogo, tome partido una vez más por la vía de la confrontación.
III. – El Documento de la Conferencia Episcopal
Tarraconense
En la votación del
Documento de la Permanente de la CEE los cuatro obispos catalanes, miembros de
la Conferencia Episcopal Tarraconente, se abstuvieron. Cristanisme Segle XXI
hubiera deseado de ellos una mayor contundencia. En ninguno de los dos temas de
la Declaración podían sentirse representantes del pueblo del que forman parte.
En ambos casos hubiéramos querido, como catalanes, declaraciones más cercanas a
la realidad que vivimos: por un lado, recortes en aspectos básicos y que
afectan a los sectores más vulnerables, y por otra de acompañamiento en el
proceso de recuperación de la identidad.
Respecto del primer
aspecto nos sentimos más cerca de la Nota que los obispos de la Tarraconense
publicaron después de su reunión en Salardú el 31 de julio de este año. En
parte compartiríamos respecto de esta Nota algunas de las observaciones que
hacíamos en la Declaración de la CEE respecto de la ausencia del análisis de
las causas, de la falta denuncia de los responsables, de la ambigüedad en las
propuestas etc. pero sin lugar a dudas intenta estar más cerca de la tragedia
concreta que viven millones de catalanes.
Respecto del
segundo aspecto valoramos positivamente su decisión de publicar una Nota al día
siguiente de la Declaración de la CEE con ocasión de las próximas elecciones
del 25 de noviembre en la que los obispos defienden el derecho al respeto a la
identidad colectiva, el rechazo a cualquier actitud dirigida a atizar la
división y a la necesidad de integrar la diversidad. Como no podía ser de otra
manera en esta nota el obispos de la Tarraconense se sitúan en la línea de
pensamiento que en 1985 inspiró el documento “Las raíces cristianas de
Cataluña”.
Barcelona, 16 de
octubre de 2012
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