El 4 de agosto de 1976, Enrique Angelelli, obispo de La Rioja, viajaba en su camioneta Fiat 125 junto al sacerdote Arturo Aído Pinto cuando fueron embestidos por un Peugeot 504. Se dirigían a la ciudad de La Rioja. Angelelli iba al volante, «como siempre lo hacía», recuerda Pinto, que sobrevivió al atentado y que, 36 años después, sigue esperando «escuchar de mis obispos una palabra clara sobre esto».
En el asiento de atrás, llevaban un portafolio negro con importante documentación sobre crímenes cometidos por los militares. Habían transcurrido casi cinco meses desde el golpe de Estado de Jorge Rafael Videla. Entre las evidencias que había recopilado y que quería hacer llegar al Vaticano estaban las relacionadas con la muerte el 4 de agosto de los sacerdotes Carlos Murias y Gabriel Longueville y del campesino laico Wenceslao Pedernera -militante activo de las cooperativas agrarias que impulsó Angelelli-, ametrallado el 26 de julio a las puertas de su casa , frente a su esposa y sus tres hijos
Precisamente mañana comienza en La Rioja el juicio por la muerte de Murias y Longueville, ambos secuestrados y, posteriormente, fusilados. Su cuerpos aparecieron en un descampado con las manos atadas y los ojos vendados. Entre los acusados están el exresponsable del III Cuerpo del Ejército Luciano Benjamín Menéndez y el excomisario de la Policía de Chamical.
La figura de Angelelli está ligada a los más desfavorecidos, a la lucha campesina, al impulso de las cooperativas agrarias para acabar con los latifundios. Su labor pastoral, en las antípodas de la línea marcada por la jerarquía eclesiástica, le valió múltiples amenazas de muerte, incluso antes del golpe del 24 de marzo de 1976. Ya en 1974, en un viaje a Roma, le sugirieron que no regresara a Argentina porque su nombre figuraba en una lista de amenazados por la Triple A. Pero, él decidió volver a su diócesis.
La visita que un año antes, el 13 de junio de 1973, realizó a Anillaco, la tierra de los Menem, para oficiar la misa mayor con motivo de las fiestas patronales fue un reflejo más del malestar que generaba entre las clases más privilegiadas. Una turba liderada por terratenientes, entre ellos Amado Menem, hermano del entonces gobernador de La Rioja y futuro presidente de Argentina Carlos Menem, y sus hijos César y Manuel, irrumpió por la fuerza en la iglesia por lo que Angelelli decidió suspender la misa. Al salir del templo, lo despidieron a pedradas.
Se da la circunstancia de que Carlos Menem había prometido a Angelelli la devolución de un latifundio a las cooperativas de campesinos. Jamás cumplió su palabra.
El «Pelado», como cariñosamente le llamaban sus fieles y al que tampoco perdonaban que un 24 de diciembre prefiriera oficiar la misa de Nochebuena debajo de un algarrobo en un barrio pobre en vez de hacerlo en la catedral de la capital, era consciente del peligro que corría, pero también del compromiso que tenía.
«Es hora de que la Iglesia de Cristo en Argentina discierne a nivel nacional nuestra misión y no guarde silencio ante hechos graves que se vienen sucediendo», escribió en abril de 1976, a un mes del golpe, en una carta envida a monseñor Antonio Zaspe.
En una conversación mantenida en junio de año con su sobrina, le confesó sus temores de que sería el próximo en morir. «La cosa está muy fea, en cualquier momento me van a barrer. Pero no se puede esconder el mensaje del Evangelio abajo de la cama», le dijo. Su cuerpo fue hallado a 25 metros del lugar del accidente. Estaba en forma de cruz y con la nuca deshecha. Los documentos que llevaba en el vehículo desaparecieron y el caso fue cerrado casi inmediatamente. La versión oficial apuntalada durante años dijo que se trató de un accidente.
A 30 años de su muerte, el 2 de agosto de 2006, el presidente Néstor Kirchner firmó un decreto declarando el 4 de agosto día nacional de duelo. El 27 de julio, la Cámara Federal de Apelaciones de Córboba confirmó el procesamiento por esta muerte de Videla y del general Menéndez, que en una ocasión amenazó personalmente a Angelelli diciéndole que «el que se tiene que cuidar es usted». Con el caso judicialmente abierto pero sin fecha para el juicio, el legado del «obispo rojo» sigue atormentando al máximo jefe de la Junta Militar a y sus secuaces.
En el asiento de atrás, llevaban un portafolio negro con importante documentación sobre crímenes cometidos por los militares. Habían transcurrido casi cinco meses desde el golpe de Estado de Jorge Rafael Videla. Entre las evidencias que había recopilado y que quería hacer llegar al Vaticano estaban las relacionadas con la muerte el 4 de agosto de los sacerdotes Carlos Murias y Gabriel Longueville y del campesino laico Wenceslao Pedernera -militante activo de las cooperativas agrarias que impulsó Angelelli-, ametrallado el 26 de julio a las puertas de su casa , frente a su esposa y sus tres hijos
Precisamente mañana comienza en La Rioja el juicio por la muerte de Murias y Longueville, ambos secuestrados y, posteriormente, fusilados. Su cuerpos aparecieron en un descampado con las manos atadas y los ojos vendados. Entre los acusados están el exresponsable del III Cuerpo del Ejército Luciano Benjamín Menéndez y el excomisario de la Policía de Chamical.
La figura de Angelelli está ligada a los más desfavorecidos, a la lucha campesina, al impulso de las cooperativas agrarias para acabar con los latifundios. Su labor pastoral, en las antípodas de la línea marcada por la jerarquía eclesiástica, le valió múltiples amenazas de muerte, incluso antes del golpe del 24 de marzo de 1976. Ya en 1974, en un viaje a Roma, le sugirieron que no regresara a Argentina porque su nombre figuraba en una lista de amenazados por la Triple A. Pero, él decidió volver a su diócesis.
La visita que un año antes, el 13 de junio de 1973, realizó a Anillaco, la tierra de los Menem, para oficiar la misa mayor con motivo de las fiestas patronales fue un reflejo más del malestar que generaba entre las clases más privilegiadas. Una turba liderada por terratenientes, entre ellos Amado Menem, hermano del entonces gobernador de La Rioja y futuro presidente de Argentina Carlos Menem, y sus hijos César y Manuel, irrumpió por la fuerza en la iglesia por lo que Angelelli decidió suspender la misa. Al salir del templo, lo despidieron a pedradas.
Se da la circunstancia de que Carlos Menem había prometido a Angelelli la devolución de un latifundio a las cooperativas de campesinos. Jamás cumplió su palabra.
El «Pelado», como cariñosamente le llamaban sus fieles y al que tampoco perdonaban que un 24 de diciembre prefiriera oficiar la misa de Nochebuena debajo de un algarrobo en un barrio pobre en vez de hacerlo en la catedral de la capital, era consciente del peligro que corría, pero también del compromiso que tenía.
«Es hora de que la Iglesia de Cristo en Argentina discierne a nivel nacional nuestra misión y no guarde silencio ante hechos graves que se vienen sucediendo», escribió en abril de 1976, a un mes del golpe, en una carta envida a monseñor Antonio Zaspe.
En una conversación mantenida en junio de año con su sobrina, le confesó sus temores de que sería el próximo en morir. «La cosa está muy fea, en cualquier momento me van a barrer. Pero no se puede esconder el mensaje del Evangelio abajo de la cama», le dijo. Su cuerpo fue hallado a 25 metros del lugar del accidente. Estaba en forma de cruz y con la nuca deshecha. Los documentos que llevaba en el vehículo desaparecieron y el caso fue cerrado casi inmediatamente. La versión oficial apuntalada durante años dijo que se trató de un accidente.
A 30 años de su muerte, el 2 de agosto de 2006, el presidente Néstor Kirchner firmó un decreto declarando el 4 de agosto día nacional de duelo. El 27 de julio, la Cámara Federal de Apelaciones de Córboba confirmó el procesamiento por esta muerte de Videla y del general Menéndez, que en una ocasión amenazó personalmente a Angelelli diciéndole que «el que se tiene que cuidar es usted». Con el caso judicialmente abierto pero sin fecha para el juicio, el legado del «obispo rojo» sigue atormentando al máximo jefe de la Junta Militar a y sus secuaces.
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