Joan Chittister, OSB Reflexion y liberación
Si lo que pretende la obediencia es el control, el sistema raya la inconsecuencia. La verdad es que resulta muy sencillo controlar a los niños. Lo único que una persona necesita para asegurar el control sobre otra es una autoridad capaz de respaldar sus amenazas con la fuerza correspondiente. Hacer equivalente el voto de obediencia a la promesa de vivir una vida controlada, haciendo cosas banales, imposibles o incluso personalmente destructivas, ridiculiza su significado. La obediencia no puede reducirse a un ejercicio consistente en saltar obstáculos cada vez más altos.
La función de la obediencia no consiste en menoscabar o manipular la voluntad humana. La obediencia, por el contrario, libera al alma humana para cosas más grandes que las banales exigencias cotidianas o el capricho espiritual de unos guías arbitrarios. La obediencia libera, no reduce ni, mucho menos, esclaviza a la persona. El objeto del voto no es lograr marionetas humanas. Eso es algo que, sencillamente, no constituye el propósito espiritual que induce a los adultos a entregar su vida para cumplir la voluntad de Dios en la vida religiosa en un periodo en el que esa obediencia de marioneta pone en peligro a la población del planeta.
La obediencia genuina exige considerable madurez, así como la suficiente independencia, autonomía y humildad como para arriesgarse a la inquietud personal que puede conllevar la defensa ante la autoridad de una postura impopular o contraria.
La obediencia escucha a todos y todo a través del filtro de la Escritura, la voz de Dios y la llamada de Jesús a un mundo necesitado de Eucaristía y en búsqueda de las bienaventuranzas.
En definitiva, pues, la obediencia verdadera hace que el alma se remonte sobre las trivialidades organizativas y las instituciones humanas y vaya hacia un estado de mayor humanidad que no sabe de falsas limitaciones, no tolera reglas que hagan imposible el reino de Dios, no respeta leyes que interfieran en el Espíritu y no se inclina ante nadie que no se incline previamente ante la Voluntad de Dios respecto de la humanidad y ante los propios gobernados. Es una empresa de iguales en busca de la Voluntad de Dios, no un ejercicio de niños que pretendan tener satisfechas y contentas a todas las figuras paternas de la vida.
Cuando el voto de obediencia funciona bien, la conformidad y el cumplimiento, las recompensas y los sistemas, no ocupan el lugar de Dios. Cuando la autoridad funciona bien, el liderazgo significa más que coerción, las preguntas son más importantes que las respuestas y proporcionar ideas es más importante que recibir órdenes... Sólo quienes carecen de liderazgo recurren a la autoridad. Sólo quienes insisten en su propia autoridad destruyen toda posibilidad de obediencia y toda esperanza de liderazgo.
Joan Chittister, OSB
El fuego en estas cenizas, Espiritualidad para la vida religiosa hoy - Sal Terrae
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