lunes, 28 de marzo de 2011

S. GALILEA y A. PAOLI SOBRE EL EVANGELIO DEL DOMINGO 4º DE CUARESMA

 
Conversión: es pasar de la ceguera a la visión cristiana
La liturgia de hoy nos quiere dar tres mensajes: la conversión es un ver, un pasar de la ceguera a la visión. Segundo, Jesús tiene el poder de hacer ver; la luz viene de El. Tercero, los pequeños y rechazados (como el ciego de este Evangelio) son llamados a una función muy importante. Es la ¡dea madre de la Biblia: que Dios se sirve de los pequeños, de las cosas que no son, para actuar entre los hombres.


Profundicemos el aspecto de la ceguera visión. La mayor parte de nosotros somos egoístas. Pensamos que somos el centro del mundo, que todos están obligados a servirnos. Si fuésemos conscientes de lo que ha­cemos sufrir a los demás por nuestro egoísmo, cambiaríamos. Porque con el egoísmo no ganamos nada; somos infelices nosotros y hacemos infelices a los demás. Cómo sería hermoso si nos diéramos cuenta de nues­tro egoísmo, y cambiáramos... Pero somos ciegos.

Existe también la ceguera de la confusión. Del que compra vino o ron en vez de pan para los niños. Del que envía a sus hijos medio desnudos por la calle y compra en cambio objetos inútiles o innecesarios, y sus hijos cre­cen sin instrucción, mal alimentados, agresivos con sus compañeros, por­que se ven en una posición de inferioridad. Es como el que va al super­mercado donde se vende todo, y confuso, no sabiendo lo que falta en la casa, tomase lo primero que le cae a la mano, lo que más atrae su vista. También éste es un ciego; ve y no ve; ve confuso...

Hay también la ceguera de no ver alfombre como prójimo. Sucede a diario en nuestras ciudades, donde nos cruzamos con situaciones de nece­sidad, y que si viéramos, tal vez estaría en nuestra mano hacer algo. No vemos que eso nos concierne, que sea nuestro deber socorrer.

Aquí viene el tercer mensaje: el Señor escoge los más pequeños y menos sabios para confundir a aquellos que creen saberlo todo y enseñan a diestra y siniestra. La posibilidad de tener la cabeza llena de ideas justas, y de actuar en la práctica como ciegos, la tenemos todos. Debemos ser hu­mildes y pedir a Dios de no ser confusos, de ver claro.

Si la ceguera es lo que hemos visto, aparece claro que veamos nuestro yo no como centro del mundo, sino en relación a los otros, capaces de comprender, de servir, de darnos a los demás. Ver las cosas en su justo valor, no tomarlas para sí negándoselas a los demás. Ver a los otros como prójimo, como hermanos. Pensar que si no I o ayudo y o, no lo ayuda nadie.

Jesús puede darnos esta visión, abrirnos los ojos, pero debemos mere­cerlo. Merecemos esta gracia pidiéndola al Señor con fe, y tratando de no perder las ocasiones que se presentan. Cuando mejor usamos nuestra vista, este ver que nos viene dado, tanto más aumenta nuestra visión. No debe­mos esperar a ver bien para comenzar a actuar, sino que debemos actuar, y así, poco a poco, veremos mejor.

Otro punto importante a subrayar en el Evangelio, es lo que sucedió al ciego cuando comenzó a ver. Todos se le fueron encima: la gente, los pa­dres que se lavan las manos por miedo, los fariseos que lo expulsan de la sinagoga... Es una especie de excomulgado. Esto sucede cuando se ve. Cuando la visión y exigencia de la fe nos hace anunciar y denunciar a los ricos y a los pobres, los pecados, el egoísmo, a los opresores-y a los opri­midos, a los que están mal y a los que están demasiado bien... No debemos esperar que la gente nos aplauda.

Podemos concluir con la misma conclusión del Evangelio, que es muy bella. Este pobre ex-ciego, andaba al fin del día desconsolado y solo, por la calle, abandonado de todos. Y encuentra casi por casualidad a Jesús. Al encontrarlo El le dice: " ¿Crees en el Hijo del Hombre...? ¿Y quién es, Señor, para que crea en El? Tú lo ves; es aquel que te habla". Y desde aquel momento el ciego no estuvo jamás solo.

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